viernes, 4 de enero de 2019

Los zapatos.

- Geoooorge, dile a mi abuela que se ponga, plis. - Madame decir que no estar. - Déjate de cachondeíto y haz lo que te he dicho. - Madame decir no con dedo. - ¿Estás tonto? ¡Que se ponga! - Madame decir no con cabeza. - ¡La madre que te parió! - "Nena, ¿te lo digo en swajili?" - ¿Has dicho no, de verdad? - "¡Que cruz tengo contigo!" - Solo quería saber a qué hora puedo llevarte el zapato para la Noche de Reyes.

Me he pasado la mañana eligiendo el zapato en cuestión. Finalmente, he decidido que llevaré unos cuantos a la Torre del Paseo Marítimo, así tendré más opción a regalos. - ¡Avemariapurísimaaaaaaaa! Vengo hecha polvo, aaaaaaayyyyyyyy, me duele la riñonadaaaaaaa...  - Pero, mujer, ¿por qué va tan cargada? - Porque soy una pobre jubilada que debo hacer malabares para llegar a fin de mes... - ¡No me llores que ahora le subirán la pensión! y me podrá invitar a comer. - También te puedo invitar ahora, a un comedor social.

Ni  siquiera le contesté porque el saco que había dejado en el suelo picaba mi curiosidad. - ¿Qué hay ahí? - Una de las cosas que más se usan en la Noche de Reyes: ¡zapatos! - ¡Ay, Dios! ¿De dónde los ha sacado? - Ya estás malpensando, boba de Coria. Pues no es lo que tu piensas porque, en lugar de hacer un mal, he hecho un bien. Estaban en el suelo de una tienda a la que nadie echaba cuentas porque, en el tiempo que estuve allí no salió nadie a preguntar qué quería.

- ¿Una zapatería? - ¡Exacto! Había un montón de cajas abiertas con un solo zapato. ¿Para qué sirve eso? Solo si te falta un pie y es el izquierdo porque todos los zapatos son del pie derecho. Así que pensé que si me los llevaba haría una buena obra y como estamos en éstas fechas en que tenemos los sentimientos a flor de piel, me he hecho caso a mi misma y aquí están. - ¿Y las cajas? - Las he dejado porque no he querido ser acaparadora. - ¿Qué hará con todo esto? - Venderlos para ponerlos en los balcones la Noche de los Reyes Magos. - ¡Que buena idea! ¡Deme tres y los llevaré a casa de la abuela! - Son cincuenta euros. - ¡¡¡¿QUEEEEEEEE?!!! -

Pascualita subió a ver qué pasaba y nos pilló discutiendo. Un chorrito tras otro de agua envenenada, nos duchó a la Cotilla y a mi. A ella le dio, de refilón, en un ojo y se le puso como un colchón. Yo había hecho cuerpo a tierra y me salvé por los pelos.


 

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