jueves, 4 de abril de 2019

El nuevo celo de Pascualita.



Pascualita muerde todo lo que se le pone por delante, ya sea el borde del acuario, el frutero desde el que se tira en plancha a la taza de cola cao de su desayuno, la botella de chinchón, etc. etc.

- Abuela, tenemos que hacer algo porque éste bicho vuelve a estar en celo. - "¡No digas tonterías! eso no se tiene cada dos por tres" - No sabemos como es el ciclo hormonal de las sirenas. Si alguien lo supo alguna vez, se perdió en la noche de los tiempos. - "¿Y qué se supone que debemos hacer?" - Eso acabo de proponertelo yo a ti, perdona que te lo diga, abuela. - "¿Por qué me preguntas a mi?" - Lo he hecho por aproximación. - "¿Qué quieres decir?"

De pronto un sudor frío recorrió mi espalda y en el mismo momento en que dije la frase, ya me estaba arrepintiendo de ello. - Nada, nada... - "Dimelo" - No vale la pena... Es una... tontería... - "¡¡¡Que me lo digas, leche!!!"

No me quedó más remedio que apechugar. - Pues... porque... como eres mayor... (la abuela levantó una ceja) - "¿Qué quieres decir?" - Que tu fecha de... nacimiento... está más cerca de la de Pascualita... (de repente fueron las dos cejas las que estaban levantadas) y quizás... hayas oído hablar ... de esas cosas de las sirenas... a tu... abuela... ¡¡¡PAPAMMMM!!! - El pescozón llegó a tal velocidad que no me dio tiempo a esquivarlo. Mi cabeza rebotó ¡cinco veces! contra la pared y todavía estoy intentado saber cómo me llamo ¡¡¡aaaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyyyyy!!!

Así se zanjó el tema del celo de Pascualita.

Pensé, cuando logré pensar, que si veía vídeos sobre peces, por sus reacciones, si es que las tenía, podría saber qué clase de pez valora ella para tener relaciones amorosas satisfactorias. Y así Pascualita se pasaba veinticuatro horas delante de la tele. A decir verdad, solo reaccionaba cuando salía la Esteban y yo me ponía delante de la pantalla. Me escupía agua envenenada la jodía.

De repente, cuando menos lo esperaba, la sirena se desmelenó como una loca bajo el agua. Subía, bajaba, saltaba ¡Estaba ansiosa! Corrí a ver quién era el agraciado... ¡Un pulpo! - ¡No puede ser! (me decía a mi misma) ¡Un pulpo! Pero no había duda. Se volvía loca cada vez que aparecía en pantalla.

Corrí al mercado. Compré un pulpo vivo y lo metí en el acuario. De repente, como un misil, el cuerpecito de la sirena salió disparado hacia su "enamorado" ¡Y se lo comió!

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