lunes, 8 de abril de 2019

¡Que exigente es la sirena, hombre!



Menudo disgusto tengo. Ya había sacado del armario el uniforme sanferminero y puesto a airear en el balcón para quitarle el olor de naftalina y resulta que me he adelantado ¡tres meses! Lo peor son las risas de la abuela y la Cotilla. Menos mal que la Momia y Andresito son más comprensivos -  "¡Sí, sí. anda que no hacen chistes a tu espalda esos dos!" (dijo la abuela) - Un día de éstos me voy a enfadar y pediré ayuda a mi primer abuelito para que ponga órden en ésta familia.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaa! Te he escuchado remugar y vas más perdida que Carracuca. Tu primer abuelito era un pusilámine y no creo que, en todos los años que lleva criando malvas, haya cambiado. En cuanto vea a tu abuela se arrugará. - Yo creo en él. - Haces bien que para eso es tu abuelo pero no te hagas ilusiones...

Esto me ha dado qué pensar. ¿He idealizado al primer abuelito haciéndome de él una idea falsa? - ¡Pues no haberlo matado y ahora sabría cómo era! (le solté a la Cotilla) - ¡¿Pero que dices, boba de Coria!? - ¡Verdades como puños! (grité como si fuera Agustina de Aragón gritando ¡FUEGOOOO! en Zaragoza)

Pascualita asomó la cabeza entre las algas del fondo. Nos miramos y me enseñó su temible dentadura. Menudo día el mío: de un plumazo me quitan la ilusión de ir de fiesta, me rompen la idea que tenía del abuelito primero y ahora, Pascualita, me recuerda, a su manera, que sigue sin novio. Tengo que sacudirme el muermo que me ha entrado... o tomar unos chinchones.

Al quedarme sola he puesto un vídeo de animales marinos, rarísimo algunos. Pascualita, sentada a mi lado, sobre un cojín del sofá, bizqueaba tratando de enfocar bien la imagen y no parecía reconocer a nadie. Estábamos solas y compartíamos unas copas de licor. De repente se irguió sobre su cola, catañeó los dientes y su bracito se estiró hacia la pantalla. - ¡¿Qué has visto, que has visto?! - La sirena no dijo ni pio, como es natural en ella, pero seguía con el brazo estirado hacia la televisión.

Levanté el cojín acercándolo a la pantalla. Se veían montones de peces de muchas formas y colores. La pantalla cambió y se vió otra escena de las profundidades del mar: - ¡Gambas! ¿te gusta un gambón?... No sé que bicho saldrá de una unión como ésta: una sirena y un gambón... En fin, cosas más raras se han visto. Por ejemplo: un oso y una hormiga.

La abuela trajo a casa un tuperware lleno de agua y gambones vivos en ella. - "Así podrá elegir el mozo que más le guste" - Y volcó el taper en el acuario. Nos sentamos frente a él dispuestas a no perder detalle de la fiesta-erótico-festiva que se anunciaba.

Media botella de chinchón después, todo seguía igual. Pascualita se estaba tomando su tiempo para elegir bien. Que prudente ella. Nunca lo hubiese dicho. Tres cuartos de botella más tarde, al abrir los ojos, no había nadie en el acuario. - ¡Abuela! ¿dónde están?

Fijándonos bien a pesar de que nuestra visión no era a ideal a causa del chinchón, vimos ascender, desde el barco hundido hacia la superficie, el bigote de un gambón. - "¡Oh, no!... ¡hip!... ¿Otra vez?... ¡hip!... ¡Se ha merendado ... ¡hip!... al novio!" (gritó, desesperada la abuela)

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