viernes, 19 de abril de 2019

Sigue el vendaval.



Hoy, como todos los Viernes Santos, la abuela ha hecho potaje de Semana Santa. Lo ha hecho Geooorge, que para eso le pagan. Me sabe mal reconocerlo pero ¡estaba riquísimo!  Quería guardar un poco para mañana pero el jodío inglés se ha comido tres platos y se lo ha acabado. - ¿Cres que es normal lo que haces? (le dije) ¿No ves que dentro de poco, ya no serás europeo? Acostumbrate a comer guisantes en cantidades industriales jejejejejeje

La abuela me ha puesto mala cara. Pero no por lo que le he dicho a Geooorge, sino porque desde anoche no tenemos a Pascualita. Dice que la culpa es mía por arrancarla con tanta fuerza del pendón al que iba agarrada. ¡Encima! - ¡Haberla cogido tú, que eres tan lista!

Si es que no aprenderé nunca. A la abuela no se le contesta o recibes un pescozón del que te acuerdas toda la vida. Ahora mismo tengo un chichón como un huevo de paloma de gordo en la cabeza, gracias a la abuela.

El caso es que una vez que desmochó la cabeza de Bedulio, dejé de verla. El vendaval se la llevó y por más que la buscamos, no dimos con ella. Nos rodeaba un mar de hábitos levantados al viento. Capirotes rodando por los suelos, nazarenos chocando unos contra otros, cirios apagados, niños que lloraban porque querían irse a casa. Y de fondo, el rugido del mar embravecido.

De repente, una palmera lejana se vino abajo y un rayo iluminó la escena. - ¿Y si estuviera allí? (pensé) Pero el viento no me dejaba avanzar y Bedulio tampoco. Me tenía cogida de un brazo y gritaba a sus compañeros - ¡Ha sido éstaaaaaa!

No le hicieron ningún caso. ¿Esto te lo ha hecho ella? ¡Anda, hombre, no digas sandeces! - ¡¡¡Que sí, que sííííííí´!!!

Esta mañana me he acercado a ver los restos de la palmera. He buscado y rebuscado pero no  he encontrado a Pascualita... Me he resguardado tras un coche de las ráfagas de viento. Y, a pesar de tener los ojos llenos de tierra, me ha parecido ver un leve movimiento camino del asfalto.

La sirena me ha recibido con los dientes fuera. Se apartaba de mi a golpes de cola, otras veces era el viento quien lo hacía. Ella sabía dónde iba: unos metros más allá está el muelle de pescadores ¡y el mar!

Ahora Pascualita está en el bolsillo de mi bata durmiendo la mona. Pero no he dicho nada a la abuela, me gusta verla muy preocupada... me hago a la idea de que es por mi. La Cotilla, que parece leerme el pensamiento, señalándome con la cabeza, ha dicho: ¡Que cruz tienen con ella!

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