jueves, 18 de abril de 2019

La procesión.




Jueves Santo. El día de la gran procesión por las calles del centro de Palma. No llueve pero... hace viento. Huy, huy, huy.

Los estandartes que portan los que van en cabeza de las cofradías se convierten en velas que arrastran a los sufridos portadores pero ellos quieren guardar la compostura y se entabla una lucha entre el viento y los hombres que es para aplaudir a éstos últimos.

Mientras esto ocurre, los niños están pendientes de las manos enguantadas de los penitentes. Esperan ansiosos que les den confites puntiagudos, hechos ex profeso para Semana Santa. Estas son circunstancias propicias para llevar a Pascualita a ver la procesión porque nadie se fijará en ella. La gente está concentrada en los que ocurre en las calles.

La abuela vistió a la sirena con la mini túnica morada, le puso el capirote por el que solo asoman los ojos, la puso en el broche y lo prendió en el abrigo de visón, carísimo, que saca a pasear de vez en cuando.

Los golpes de viento los solventaba poniendo la mano sobre Pascualita, sujetándola.

A medida que la procesión se acercaba a la Catedral, en el barrio de los abuelitos, los estandartes se convirtieron en velas de surf y los portadores corrían más que el tío de la lista. Muchos pensaron que se trataba de una innovación para darle más vitalidad al largo reguero de penitentes y aplaudían. Incluso se escucharon olés entusiastas. Y fue entonces cuando una ráfaga de viento, más fuerte que las anteriores, arrancó a la mini penitente del broche y la estampó contra uno de los estandartes.

La abuela me gritó: - ¡¡¡CORRE!!! - Y corrí en pos de la sirena que se sujetaba con uñas y dientes a la tela bordada. Haciendo un quiebro me coloqué en el centro de la calle. Inmediatamente los municipales salieron a por mi. Escuché la palabra ¡¡¡TERRORISTA!!!.

A dos pasos del estandarte salté sobre él pero... el viento lo alejó y caí de bruces en el asfalto. Me levanté de un salto pese a sangrar como un toro de lídia por la nariz. A mi espalda escuche un ¡¡¡POPOM!!! Al girarme vi a Bedulio y dos de sus compañeros, amontonados en el suelo de donde yo acababa de levantarme.

- ¡Menudos porrazos! (dijeron algunos espectadores) - ¡Pues me están gustando los cambios, lo hacen más ameno!

Por fin logré echarle mano a la sirena. Tiré de ella con tal violencia que se me escapó hacia atrás y cayó en la cabeza de Bedulio que, en ese momento, estaba intentando colocarse la gorra. Pero Pascualita llegó antes y tardó tres segundos en dejarlo mondo y lirondo. Los gritos del pobre Municipal confundieron a muchos, embuídos en el ambiente sacro que nos rodeaba e hicieron una crítica feroz. - ¡¡¡Calla ya, bocazas. Si no sabes, no cantes saetas. Que va a llover!!! - Y dicho y hecho. Cayó la del pulpo.



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