sábado, 27 de julio de 2019

Una mañana de playa.

Hemos ido a la playa. Pascualita en su termo de los chinos y Pepe en plan llavero colgado de una de las asas de mi bolsa playera. Al llegar la arena estaba recién límpia. No había nadie, salvo unos cuantos durmientes pegaditos a las rocas y envueltos en mantas.

 Puse a Pascualita en una cajita de filigrana, de acero y nos metimos en el agua. ¡Que placeeeer! Teníamos tooooda la playa para nosotras. Estuvimos jugando mucho rato, hasta que, arrugada, decidí que había llegado el momento de salir.

Pascualita dio varios mordiscos al acero pero no logró nada. Repartí con ella unas galletas de Inca, me tumbé a la bartola sobre la toalla. Y me dormí.

El sol estaba en todo lo alto cuando abrí los ojos. Un perro se estaba meando en el llavero Pepe. Le tiré un puñado de arena pero se fue cuando le dio la gana. Lo limpié en la orilla y al darme la vuelta me di cuenta de que la playa estaba llena de gente.

Corrí a la toalla... ¿Dónde estaba Pascualita? ¿se había achicharrado? No encontré el termo de los chinos... ¡No estaba!

Un hombre lanzó un alarido y la playa se revolucionó - ¡¡¡TIBURONEEEEEEEEEEES!!! - gritó alguien e, inmediatamente hubo un gran revuelo. La gente salía despavorida del agua. El vigilante de la playa corría de parte a parte de la playa - ¡¡¡ES MENTIRAAAAAAA!!! - Pero nadie le hizo caso y fue arrollado por la multitud.

Entonces vi a un crío y a su padre peleándose por el termo de los chinos. El hombre lloraba a moco tendido y el niño hacía otro tanto, solo que uno de los pulgares del padre se estaba volviendo descomunal. Corrí hacia ellos y de un fuerte tirón ¡me llevé el termo! Los llantos del crío crecieron en intensidad.

Afortunadamente nadie vio nada porque todos miraban al mar esperando divisar una aleta. En la carrera hacia mi toalla tropecé y caí a los pies de ... Bedulio. Pascualita rodó sobre la arena adoptando la forma de una croqueta rebozada. Al llegar al dedo gordo del municipal, mordió enrabietada por no poder llegar hasta el mar.

Bedulio aullaba, saltaba, lloraba, moqueaba... mientras, de un tirón seco, me quedé con la sirena y él, sin un trocito de carne.

Cogí el bolso, la toalla, a Pepe, me colgué el termo de los chinos y salí de la playa justo cuando la gente se giraba para ver a qué venía tanto escándalo en la retaguardia. Una mujer que llegaba me preguntó: - ¿Es en ésta playa dónde ha desovado una tortuga marina? - Debe ser porque los hay que lloran, emocionados. - Seguí mi camino a paso ligero, mientras la mujer, con una sonrisa beatífica en el rostro, decía: solo nos faltaban tortugas emigrantes en nuestras playas.

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