lunes, 27 de enero de 2020

La caja del Tesoro.

Que bonito es rebuscar en cajones y cajas en las que no has mirado hace siglos. Siempre se encuentra algo que no sirve para nada pero te llena de ilusión. A mí, por lo menos.

Estaba buscando cajas de fotos en el antiguo cuarto de la abuela. Y como siempre creo que hay más de las que he encontrado, me he subido a una silla para inspeccionar en lo alto del armario. Y, justo en el rincón más alejado, había una caja metálica. Cuando la he descubierto ha emitido unos destellos luminosos y multicolores, llamando mi atención.

Estaba llena de tesoros de épocas pasadas ¡Uauuuuuu, que guay!

 Pascualita estaba sentada sobre el frutero y muy atenta a mis reacciones: - ¡¿Esto que é lo qué é?! (dije, al tiempo que le enseñaba una bufanda de piel con cabecita de zorrito) - ¡Avemariapurísimaa! - ¿Dónde has encontrado esto? (la Cotilla se acercó a paso de carga y con los ojos brillantes de ilusión) ¡El boá de tu bisabuela! (gritó) - ¿La Momia? - No, boba de Coria. La madre de tu abuela. - ¿Este zorro era de verdad? - Claro. En aquellos tiempos no sé si existían los chinos pero en Mallorca no había. Por eso todo era auténtico, nada de copias sintéticas.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo y, un tic involuntario, hizo que tirara el boá por la ventana y quedó colgando de una rama del árbol de la calle. - ¡¿Qué haces, loca?! Trae la escoba que esta noche lo venderé en el trapicheo. - Pero no me moví.

Entre los "tesoros" que encontré había unas gafas de ver, estilo Pop Art, de los años sesenta del siglo pasado ¡Eran mías! Loquita estaba yo con aquellas gafas tan chic. Me hacía la cegata para que me las compraran  y cuando lo logré, salí de la óptica con ellas puestas. Al bajar la acera me tragué el asfalto, me desollé rodillas y codos y a punto estuve de quedar mellada.

De tanto decir que no veía ni tres en un burro, pusieron dioptrías de más. Todas eran de más pero para presumir, hay que sufrir.

Me las he puesto en seguida. - ¡Voy a por el chinchón! ( he dicho) - Al tiempo que levantaba la pierna porque, de repente, el suelo de la cocina ha subido y ¡¡¡PATAPÁM!!! he clavado los dientes en el fregadero.


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