lunes, 6 de enero de 2020

Noche de Reyes.

Que fácil es decir voy a dormir y qué difícil hacerlo cuando tienes la cabeza en otra parte. El caso es que no me había dado cuenta del episodio que iba a ocurrir ayer noche en casa. Una oportunidad única para dar un cambio radical a mi familia y a mi misma.

Se iba a presentar la bien hallada ocasión de tener tres hermosos especímenes de hombres de distintas edades ¡a mi alcance! Y no podía desaprovechar la ocasión.

Me llevé a Pascualita a la cama porque era tal el nerviosismo que me invadió que necesitaba tener a mi lado una mano o un hombro amigo. Y como a falta de pan, buenas son tortas, mejor la sirena que estar sola.

Apagué la luz dispuesta a dormir para que el tiempo pasase deprisa pero me era imposible. Cualquier ruidito sonaba en mi cerebro como una diana floreada. El nerviosismo crecía.

Miraba la hora constantemente apañándome con una pila metida bajo las mantas para ver el reloj... El tiempo parecía haberse parado...

De pronto la habitación se llenó de luz y acordándome del señor Li, cerré un poco los párpados hasta que formaron una fina rendija por la que pude ver. ¡Ahí estaban los Tres Reyes Magos! Con sus capas, sus largas cabelleras, sus ricos ropajes, ordenando a los pajes cómo debían colocar los regalos... Recuerdo, claramente, haber visto una botella de chinchón sin empezar y me alegré porque, aunque no la había pedido en la carta, la que tenía se estaba acabando.

Sin pensarlo, salté de la cama plantándome ante ellos al grito de: - ¡¡¡QUIERO UN BISNIETO PARA MI ABUELAAAAAAAAAAAAAAAAA!!! - mientras le daba una patada al camisón antes de que cayera al suelo. Quedó colgando de la lámpara del techo.

Un real alarido rasgó el silencio de la noche cuando los Reyes Magos corrían despavoridos camino de la escalera.

De nada valió el constipado que cogí por andar en cueros vivos por casa, de noche cerrada, con el balcón abierto y con el frío entrando como Pedro por su casa... y sin bisnieto a la vista.


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