jueves, 7 de mayo de 2020

54º días de confinamiento.

He decidido quedarme en casa con Pascualita y Pepe. Nos pasamos el día en el balcón donde he puesto un barreño con agua de mar para la sirena.

Al principio los gorriones estuvieron encantados y acudieron presurosos a darse baños pero, en cuanto probaron el agua se acabaron las bromas y, como si se hubiesen puesto de acuerdo, desde entonces todos pasaban varias veces al día sobre el balcón y nos ponían perdidos de excrementos.

Poco a poco la cosa se fue calmando y se acabaron las visitas, salvo para venir a comerse las migas de mis bocadillos.

Como a Pepe todo le da igual, no se quejó de nada. Sin embargo Pascualita, que es más remilgada, no podía consentir que le mancharan el agua. Y decidió cazar cuanto más gorriones, mejor. Se quedaba quieta bajo el agua esperando a su presa y en cuanto se le ponía a tiro, estiraba los bracitos con arte pero sin aciertos. Llevaba tantos años sin tener que buscarse la comida que había perdido el hábito de hacerlo. Pero como, más de un gorrión se llevó un buen susto, dejaron de molestar y a partir de entonces volvió la paz al balcón.

Quién se vino a hacernos compañía fue mi primer abuelito. Está melancólico desde que se fue la bisabuelastra. Hay que ver lo mucho que congeniaron. Pero en seguida se metió entre las ramas del árbol de la calle y disfrutó de lo lindo viviendo el día a día de las familias emplumadas.

Me di cuenta de que Bedulio evitaba pasar por mi calle desde que le llamé para decirle: - ¿Sabes quién está ahí? (señalé la copa del árbol) ¡¡¡MI PRIMER ABUELITO!!! ¡Dile hola con la mano y te saludará él también! ¡¡¡Mira, mira, ahora se asoma por aquí!!! Dile hola a Bedulio, abuelito... ¡Heee, no te vayas! Que soso eres Bedulio, hijo.

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