lunes, 25 de mayo de 2020

72 días de Estado de Estado de Alarma.

Vivo sin vivir en mi del sueño que tengo. Noche y día estoy pendiente de Pepe ¡ni que fuese su madre, coñe!

Se me cierran los ojos y me quedo dormida en cualquier sitio. Y ahora me he dado cuenta de que, cuanto más lo miro, menos se mueve. Así que me he llevado a la sirena al balcón, junto con el chinchón on the rocks y las cañitas para beberlo.  Ha sido sentarme en el suelo y dormirme.

Esto no puede ser porque, entre que no salgo a la calle y me paso el tiempo durmiendo, habré consumido el tiempo de Eternidad que me corresponda cuando me vaya de éste mundo ¿y qué haré entonces? Mira (le he dicho a Pascualita) que Pepe haga lo que quiera, como si quiere ponerse peineta, que yo seguiré con mi vida. La sirena está de acuerdo conmigo porque me ha hecho la señal de OK con sus deditos pero, acto seguido, se ha puesto en plan Cristobal Colón con brazo y dedo estirado, señalando la cocina.

Como ya me picaba la curiosidad, he metido a la sirena en la antigua jaula del canario para que, al ver a la cabeza jivarizada, no se lance a por ella.

Hemos pasado un rato viendo el esperpento de Pepe. De repente, no he podido aguantarme las ganas de hacerle cosquillas. Y si pensaba que un llavero no tendría cosquillas estaba muy equivocada. ¡Tiene y muchas! No paraba de moverse cuando le pasaba la plumita de un gorrión por los sobacos. Y entonces ocurrió algo inesperado. Del ojo-catalejo cayó una lágrima como mi puño. - ¡Osti, tú! ¿Lo has visto, Pascualita?

Pero lo que ya fue el colmo de los colmillos fue ver como la boca de Pepe, cuyos labios llevaban años cosidos, formaron una O de la que salió una carcajada apoteósica. ¡Estaba llorando de risa! Nos pilló tan de sorpresa que Pascualita y yo reímos hasta que me di cuenta de que aquello era imposible. ¡Era una cabeza rellena de serrín. sin lengua, sin ojos, sin cerebro, sin nada que la atara a la vida y sin embargo ¡reía!

En una arrebato tiré a Pepe al cubo de la basura y salí corriendo, con Pascualita en la mano, al balcón, salté al árbol de la calle y un gorrión me dijo: - ¿De qué vas, Blas, entrando así en mi casa? - ¡Otro que habla! (grité) Y caí al vacío... Menos mal que, en aquel momento, Bedulio pasaba bajo mi balcón y caí en blando.

Cuando volvía en sí, escuché que un médico del 061 de la ambulancia que nos llevaba a los dos al hospital, decir: - Hay que ver los estragos que están haciendo en algunos cerebros los setenta y dos días de encierro... ¡Que ganas tengo de coger vacaciones!

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