martes, 12 de mayo de 2020

59º días de Cuarentena.

Pascualita parece un salchichón de lo rolliza que se ha puesto. Yo, según el espejo del baño que es de esos que si te tiene que llamar gorda a la caralo hace con todas las letras, también. Por cierto, al espejo lo he colocado cara a la pared por descarado.

Así que he decidido que vamoa a ponernos a plan. O sea, a pasar más hambre que el perro de un ciego. Para empezar he comprado varios kilos de alcachofas. Muchas alcachofas. Y eso es lo que comeremos para desayunar, almorzar, merendar y cenar, la sirena y yo.

Esta mañana, cuando Pascualita, sentada sobre el frutero de la cocina, se disponía a saltar dentro de la taza del cola cao, se ha quedado con dos palmos de narices cuando le he puesto delante un plato con hojas de alcachofa. Bizqueando, me ha mirado extrañada: - Mira, guapa. Esto se come así. - He cogido una hoja, le he enseñando la parte blanca de arriba y dándole un mordisquito, me la he comido. - Haz tu lo mismo. (le he dicho)

Cuando quise darme cuenta, se las había comido enteras. - ¡Nooooo! que te harán daño en la tripa. Solamente este poquito. - Pero aunque se lo he repetido varias veces, y no es tonta, ha seguido engullendo hoja tras hoja.

Y así es como nos comemos las alcachofas, cada una a su aire. Cuando por la noche le he sacado otro plato de hojas no ha protestado. Menos mal porque pienso, después de ver que la comida le ha sentado de maravilla y que tiene un estómago a prueba de bombas, que no fue el meteorito quien destruyó a los grandes dinosaurios de la faz de la Tierra, sino una legión de sirenas hambrientas, que lo mismo comían dinosaurios que campos de alcachofas.

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