viernes, 29 de mayo de 2020

76 días de Estado de Alarma.

Pepe sigue tan estrambótico como estos día atrás. No podía mirarlo sin reírme. De repente tuve una idea genial  y llamé al señor Li para saber si tenía abierta su tienda de los chinos. - ¿Qué quelel tú? - Un marco para poner una foto. No hace falta que sea muy grande ¡ah! y que pueda colgarse de la pared.

Me dijo que fuera pero que me quedara en la calle. Desde allí le vi con unos marcos en las manos que me enseñó de lejos. Me decidí por uno y entonces me dijo: Tu tilal a mi cuatlo eulos. Después, yo tilal a ti malco. - Así lo hicimos. Ahora tengo a Pepe enmarcado y queda la mar de gracioso.

Pero me he cansado de ver como su ojo-catalejo me sigue a todas partes. - ¡Eh, deja de vigilarme o te tiro por el balcón! - Entonces dice: - OOOOOO. - Y sigue haciendo lo que le da la gana.

Harta, he llamado a la abuela. - Mándame a Geoooorge a que recoja un regalito para vosotros. Os va a alegrar el confinamiento. - "Será una pijada baratera de la tienda de los chinos" - Que noooooo.

Me costó convencerla pero la curiosidad pudo más y al poco rato el rolls royce aparcó en la parada del bus. El mayordomo subió con mascarillas, guantes, gafas de sol y una botellita de desinfectante y, en cuanto abrí la puerta, me roció con el líquido. - ¡Hey, inglés, me vas a dejar tuerta, jodío! - Tu dar cosa ya. Yo tener miedo. - No te preocupes que bicho malo nunca muere. - Mi no entender bien ¿Tu tener bicho? - Si, hijo, sí. ¡Míralo allí arriba, subido a la lámpara del pasillo!

No sé si Geooorge llegó a ver el ánima de mi primer abuelito pero, en cuanto señalé hacia él, el inglés perdió el color de la cara. Dio un tirón del paquete que yo tenía en las manos y salió a toda pastilla escaleras abajo.

Pascualita y yo salimos al balcón y entonces la sirena me miró bizqueando, frunció el ceño, cerró uno de sus puñitos y me dió un puñetazo en la cara. - ¡Eh! ¿qué pasa? - Luego sacó la dentadura de tiburón a pasear e hizo como si masticara. Pasé de ella porque a veces está un poco neurasténica y me golpeó otra vez. Señaló su boca. - ¿Quiéres comer? ¿Ahora que vamos a sentarnos un rato en el balcón? ¡Te esperas!. - El puñito se levantó de nuevo pero yo estaba prevenida y me dio tiempo a tirarla al árbol de la calle. Y entonces comprendí lo que Pascualita me decía: ¡Quería comerse a Pepe y estaba enfadada porque lo había dado!

De balcón a árbol le di una explicación y tuve que levantar la voz para que me oyera entre tanto pío, pío: - ¡No se puede comer una cosa que ya se han comido otros! ¡¿Lo entiendes?! ¡No tiene chicha!. ¡No te enfades! ¡¿Quiéres pienso?!

Debajo del balcón se había formado un corrillo de vecinos que hablaban con la Cotilla y parecían estar de acuerdo con ella porque movian la cabeza diciendo que si: - ¿Veis ahora porque digo siempre que no es más tonta porque no se entrena? Pues ahí la tenéis, dando explicaciones a los gorriones

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