domingo, 16 de agosto de 2020

A la compra.

 Mientras Pascualita y yo desayunábamos en la cocina para que Pepe, la cabeza jibarizada, no se sintiera solito en su estante, hice la lista de la compra. Pero como la puñetera sirena no dejaba de dar saltos mortales del frutero al fondo de su taza de cola cao, tuve que rehacerla varias veces y al final ya no sabía qué tenía que comprar.

- ¡Con la de milenios que llevas en el mundo ya podrías haber aprendido a comportarte en la mesa, jodía! - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿a quién le gritas? - A nadie, Cotilla. - Pues se te oye desde la calle... ¿Has pensado en ir a que te mire la sesera un loquero? 

Mientras hablábamos, Pascualita se movía, ofendida, en mi escote. Por unos segundos, la Cotilla no la había descubierto. 

Harta de aguantar sus críticas cogí el carrito de la compra y me dispuse a dejarla con la palabra en la boca. 

Salí tan deprisa que no me acordé de meter a la sirena en el termo de los chinos hasta que estuve en la puerta del mercado de Pere Garau. - ¡Que harta me tiene ésta mujer! (pensé) - El guarda de seguridad no me dejó entrar - Tiene que dar la vuelta. - La di y entré en la pescadería aunque no era esa mi intención - De repente la sirena se puso frenética. Mi escote pareció cobrar vida. - ¡Ay, ay, ay, No te escapes! - Pero pude hacer nada por detenerla.

En pleno celo y oliendo a pescado, Pascualita enloqueció. Saltó sobre una langosta que todavía se movía. Y yo me lancé a por la medio sardina. - ¡¡¡NOOOOOOOO!!! - El pescadero saltó sobre el mostrador - ¡¡¡Quietaaaaa!!! (me gritó) - Pascualita siguió saltando de bicho a bicho, mordiendo aquí, cortando allá, tragando a la velocidad de rayo.

Al final la arranqué del bonito al que ya le había hincado el diente y se trajo medio lomo consigo. Corrí hacia la salida: había una valla, giré hacia la otra: ¡otra valla! Y cuando los pescaderos, cuchillos en mano, estaban a punto de cogerme y, por lo tanto, descubrir a la sirena, entró la abuela, repiqueteando con sus zapatos de aguja, la minifalda de lamé, el top de lentejuelas y su pelo multicolor, seguida de su mayordomo inglés. Taponaron la salida mientras yo corría como una posesa hasta refugiarme en casa.






















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