viernes, 21 de agosto de 2020

¡Que calooooor!

 Los Santos ya no son lo que eran. Tal vez porque reciben pocas velas o porque los fieles no llenan los cepillos que tiene, a pie de peana, en sus altares. La cuestión es que, según la tradición, San Bernardo apaga el calor del verano. Mejor dicho, apagaba porque, o anda el santo despistado o el calor le da modorra y duerme la siesta en el palo de un gallinero.

¡No ha hecho su trabajo! Claro que tiene ya más años que la tos y la memoria no es la misma que a los veinte... Aunque teniendo en casa a la abuela, la bisabuelastra, el abuelito segundo y a la Cotilla que juntos suman unos quinientos años y están más frescos que una lechuga, no me valen las excusas que pueda darme San Bernardo.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaa! ¡Ay, que alegría, boba de Coria. Por fin están los cepillos de las iglesias a tope! - ¿Cómo lo sabe? (pregunté por preguntar) - ¡Porque los he "limpiado"! Mira que hacía tiempo que encontraba más telarañas que perrillas de euro. - No estará tan contento el cura que no ha llegado a tiempo de ver ese "milagro" - No es culpa mía si no se aplica el refrán de A quién madruga, Dios le ayuda.

Además del dinero de los cepillos de San Bernardo, la Cotilla se he traído de las iglesias que visita cada mañana, trozos de velas, velitas y velones y con ellos ha entrado en la salita dispuesta a montar un altar a los Amigos de lo Ajeno.

- ¡Ni hablar! ¡Por encima de mi cadáver! (grité haciendo valer mi situación de dueña del piso aunque no sirvió de nada) Al poco rato encendió todas las velas y el calor se hizo más inaguantable. Al asomarme a la salita, preocupada por si se quemaban las cortinas, vi la foto de la persona a la que estaba dedicado el altar. Era ¡Corina! - ¡¿ESA?! - ¿Qué tienes que decir de ella? Una mujer que consigue que un hombre le regale sesenta y cinco millones ¡¡¡DE EUROS!!! ¡es mi heroína!"

Me senté en el sillón de la salita fingiendo mirar el programa de la Esteban mientras Pascualita, escondida entre los pliegues de mi falda, tiraba buchitos de agua a las velas con una precisión extraordinaria. Vela que veía, vela que apagaba, para desespero de la Cotilla que se tiró toda la tarde encendiendo velas sin entender lo que pasaba.

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