sábado, 22 de agosto de 2020

Mañana de playa.

 Aprovechando que San Bernardo sigue sin caerse del guindo, he ido a la playa con Pascualita, la jaula del antiguo periquito de la abuela y Pepe en plan llavero-alarma.

He entrado al agua con la sirena escondida en el sujetador del bikini.  Una vez en remojo, la he metido en la jaula y se ha quedado tan pancha. De algo tiene que servirle su experiencia de miles de años en éste mundo y se ha acoplado perfectamente a la circunstancia de que, si no es así no nadaría en el mar porque, si se me escapara hacia los oscuros abismos del mar, la abuela me haría picadillo y comida para peces. 

Desde que vio a la sirena por primera vez después de que sacarla de la lata de sardinas en aceite donde la encontré,  conectaron, se gustaron y se hicieron amigas entrañables, a la abuela se le curó el asma. Es su talisman. Y ni siquiera mi segundo abuelito, Andresito, sabe de su existencia. Y menos que nadie, la Cotilla. 

Pensé que pasaría una mañana tranquila pero no fue así. En cuanto Pepe, la cabeza jibarizada, dejó de verme con su ojo-catalejo, empezó a emitir su particular sonido: - OOOOOOOOOOOOOOOOO. - Pensando que me estaban robando estuve a punto de salir del agua pero, al mirar hacia la toalla vi que  nadie me quería robar. La "alarma" sonó varias veces. Supongo que la pobre cabeza se encontraba muy sola...

En cuanto metí la jaula bajo el agua, peces curiosos se acercaron y fueron desapareciendo, uno a uno , a la velocidad del rayo. Al final me enfadé. - ¡Para ya, jodía, que no vas a caber en el termo de los chinos!

Primero un cormorán y después una gaviota, se emperraron en comerse a Pascualita. A veces en vuelo rasante, otras lanzándose en picado, intentaron llevarse el exótico bocado pero lo único que consiguieron fue tener, uno, un muslo gigantesco y al otro una pechuga escandalosamente sexi para los de su especie, claro.

A ambos "fenómenos" les faltaban los trocitos de carne a los que Pascualita se había aferrado y se los llevó entre los dientes después de darle yo un tirón seco, cada vez.

El camino de vuelta lo ha hecho metida en la bolsa de la playa porque en el termo no entraba ni de coña. A Pepe he tenido que meterlo en el estuche de las gafas para no oírlo.

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