lunes, 31 de agosto de 2020

Menuda noche.

 ¡¡¡AAAAAAAAAAAAAAATCHIIIIIIIIIIIIIISSSSSS!!! No paro de estornudar por culpa del frío de ésta noche. Los vecinos han protestado - ¡Calla, cooooñe, que no escucho la tele! - Al final se lo han tomado con filosofía y hacen apuesta entre ellos sobre cuántos estornudos hago en una hora.

Lo peor es que la timba la ha organizado la Cotilla y los tiene revolucionados. Así me han dejado un poco tranquila. Lo malo es que no voy a sacar ni un euro de éste negocio ¡¡¡AAAATCHIIIIISSSSSSS!!!

Esta noche me ha despertado el frío. Estaba tan liada en la sábana como una momia en sus vendas. Al final no sabía si era Nefertiti o yo misma.

Me daba pereza levantarme a buscar una manta. Pensé que podría aguantar así hasta la mañana pero no he podido. Así que me he levantado con sábana y todo. Sin encender la luz y fiándome de mi memoria y del tacto (¿?) he trasteado en las estanterías del armario. Así he estado un rato mientras me enfriaba más y más. No quería encender la luz para no espabilarme. Por fin he encontrado una manta zamorana que perteneció a la abuela. La compró en su primer viaje de bodas por tierras de Castilla en pleno invierno... Mi primer abuelito, sentado sobre la lámpara apagada del cuarto, lanzó tres suspiros de añoranza - Chiiiiist. No me espabiles... (le dije por lo bajini)

Al ir a acostarme me acordé de Pascualita. La pobre tendría frío metida en el acuario. Pisándome la sábana y con la mante en los brazos, fui a buscarla. Tampoco encendí la luz pensando que, con la farola de la calle me bastaba. No veía a la sirena. Me acerqué, tropecé con la sábana, tratabillé y caí ¡de cabeza dentro del acuario que acabó estrellándose en el suelo!.

Encendí, por fin, la luz. El comedor estaba lleno de agua fría y algas marinas. Pascualita salió del barco hundido lanzando dentelladas de cabreo por haberla despertado. Una de ellas se la llevó mi dedo índice. El que me va tan bien para urgarme la naríz. Está tan hinchado que no sirve para nada.

Mojada, tiritando y dolorida me fui a la cama mientras un apagón me dejaba a oscuras y tropezando contra los muebles. La sirena no soltaba mi dedo y tuve que animarme a dar un tirón seco para arrancarla de allí, tomándome más de media botella de chinchón.

Luego, mientras ella daba buena cuenta del trocito de dedo arrancado, y yo a punto del coma etílico, empecé a estornudar y todavía no he parado.

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