lunes, 17 de agosto de 2020

Mascarillas.

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaaaa! Que susto pasé ayer viendo a los manifestantes de Madrid. - ¿Los antimascarilla? - Es que, cuando puse la tele ya estaba empezada la noticia y no sabía si era a favor o en contra porque unos la llevaban puesta y otros no. Claro que después de una comida dominguera copiosa, con su heladito al final y rematando con el café y el licor, queda la mente embotada. - ¿Y a qué venía el susto, Cotilla? - Que tengo un montón de mascarillas para trapichear con ellas ésta noche... - ¿Las ha comprado en la tienda de los chinos del señor Li? - Pues, no... - ¿Las hace alguna amiga suya? - Hum... tampoco.

Una campana sonó, estrepitosamente, en mi cerebro. - "¡¡¡TALAN, TALAN, TALAAAAAAN!!!" ¡Las ha robado! - ¡Lávate la boca con lejía, boba de Coria. No sé a quién sales...Encontré una caja, sin abrir, en la acera. No la vigilaba nadie y como tengo una pensión tan escuálida con la que no llego a fin de mes pensé, para que se la lleve otra, me la llevo yo. Es algo muy razonable.

- ¿La caja estaba en la acera de la tienda del señor Li? - ¿Cómo lo sabes? - Por su culpa, algún día tendremos un problema diplomático con China. - Ah, bueno. Yo también soy muy diplomática, nena.

Llamaron a la puerta. - ¡Tu ablil, boba de Colia! ¡Cotilla tenel mascalillas mias! 

A pesar de que le hacía señas de que estuviera callada, no pudo. - ¡Mentira! ¡Demuestra que son tuyas, jodío! - ¡Tenel factula! ¡Ablil puelta o yo tilal de una patada!

La violencia nunca me ha gustado pero tener que pagar una puerta que ha roto otro, tampoco. Por eso fui a por Pascualita y cuando el furioso señor Li dio la primera patada a la puerta la abrí de golpe y, sin mirar, le tiré a la sirena a la cara.

Media hora estuvo saltando, gritando, llorando, moqueando de dolor hasta que se terminó una botella, entera, de chinchón. El señor Li sangraba como un toro de lidia por el trocito de carne que se llevó la sirena en la boca cuando la arranqué de un tirón seco. La frente era como un mascarón de proa de un galeón español y los ojos habían desaparecido bajo la hinchazón.

Ahora duerme como un bendito en el sofá de la salita.

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