lunes, 19 de octubre de 2020

De visita.

 El idilio entre mi primer abuelito (del que, por cierto, nunca he sabido el nombre porque la abuela no me lo quiere decir) y la Momia va viento en popa. 

El sigue en la Torre del Paseo Marítimo. De echo comparte habitación con ella y con los cubanitos-culito-respingones y por lo visto, se lo pasan bomba. 

Se gustan mucho y están como dos pipiolos. Se ven, se hablan y, como en los tiempos juveniles de ella, allá por el siglo XIX, no se tocan. Para eso ella debe dar el Gran Paso y no está por la labor. El otro día fui a verla y comentándome ésto me dijo. - ¿Para qué? así estamos tan ricamente. Lo tengo en el bote y me dice requiebros bonitos. Eso hacía también mi marido cuando fuímos novios. Pero en cuanto nos casamos me puso la pata encima y no me libré de ella hasta que se fue al otro mundo. Así que, de momento, no me muero y seguimos cortejando.

Ese día Pascualita vino conmigo en el termo de los chinos. Al saludarme Andresito puso mala cara al ver que lo llevaba colgando del cuello. - Nena, eres muy mayor para lleva eso así. Según tu abuela, estás a punto de que se te pase el arroz... Cuando habla así me quedo descolocado porque no se si habla de paellas o de menopausias.

En el cuarto de la bisabuelastra solo estaban ella y mi primer abuelito, por eso saqué a la sirena del termo y se lo pasó en grande arrastrándose bajo todos los muebles antiguos. La abuela vino después con la botella del chinchón y acabamos bailando la conga. 

Andresito, preocupado por el ruído que formábamos, entró sin avisar y pisó la cola de Pascualita. La medio sardina se envaró como una cobra real cuando va a atacar. Y eso hizo ella. Se lanzó hacia adelante. El abuelito pegó salto, asustado y la sirena lo imitó atacando al pobre hombre en sus partes blandas en las que clavó, son saña, la dentadura de tiburón.

Para arrancarla de allí sudé la gota gorda porque, cuanto más tiraba, más hondo era el mordisco. Andresito gritaba como si lo estuvieran despellejando vivo (poco faltó) Lloraba, babeaba, moqueaba, sangraba mientras, donde antes parecía que no había nada, los botones del pantalón saltaron empujados por una descomunal ... estoooo... En fin, que nunca había visto yo... tanta exhuberancia varonil.

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