domingo, 18 de octubre de 2020

La Cultura por siempre jamás.

 Al final quien ha solucionado mi problema de cobijar a Andresito en casa ha sido Geooooorge. Dijo que no podía trabajar en dos sitios a la vez sin volverse loco y que, para el caso de que enloqueciera, pidió aumento de sueldo para poder comprarse las camisas de fuerza personalizadas. 

A la abuela le pareció perfecto porque ¿a ver quién es el millonetis que tiene un mayordomo inglés, loco perdido pero sin perder el glamour que los caracteriza? Pero Andresito dijo que ¡ni hablar del peluquín! Que en su familia de rancio abolengo - ¡Además, no están los tiempos para derroches! - dijo poniendo punto final a la discusión.

Cuando mi bisabuelastra se enteró de lo carca que es su hijo, puso el grito en el cielo pero, antes de que ese grito traspasara las puertas de madera buena de su dormitorio, el ánima de mi primer abuelito la convenció de que, en lugar de perder el tiempo en sandeces, se dedicasen, solo y exclusivamente, a su apasionado idilio. Y la Momia no tuvo nada que objetar.

Así que Pascualita, Pepe el jibarizado y yo, vimos el cielo abierto para hacer lo que nos diese la gana aunque me doliera perderme las sabrosas comidas del mayordomo.

Los tres cruzamos sobre las tablas del balcón hacia la rama más cercana del árbol de la calle. Una hojita se desprendió y revoloteó hasta mis pies. Me subí y al abrir los ojos me di de bruces contra un descerebrado que, llevando la cabeza de un maestro en la mano, creyó haber matado a la Cultura, para que, en su lugar, imperasen la Intransigencia, el Caos, el Fanatísmo. 

Se quivocó porque la sangre del maestro se convirtió en millones de voces aclamando a la CULTURA, mientras el fánatico era tan solo un miserable despojo sobre el asfalto.


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