sábado, 3 de octubre de 2020

 De repente, ha aparecido un hombre en mi balcón y me ha faltado el canto de un duro para desmayarme. - Corrí al teléfono - ¡Abuelaaaaaaaa, ha llegado el hombre de mi vidaaaaaaaaaaa! - ¡Tu estar loca! ¡Yo no sordo! - ¡Geoooooge dile a...! - "Te estoy oyendo, boba de Coria" - ¡Está en el balcón! Ayyyyyy, abuela ¡Estoy emocionada! ¡Por fin ha llegado! - "¿No será un ladrón?" - ¡NO. No lleva antifaz! - "¿Y pistola?" - Tampoco ¡Casco si! ¡Te dejo. Creo que quiere darme una serenata ¡Aaaaaaaaaaaaaaayyyyyyyy, que ilusión! - "¡Ahora vengo!"

Poco después hablé de nuevo con la abuela, solo que ya no grité porque estaba alicaída. La pillé en el rolls royce. - No hace falta que... vengas... ¡snif! ... No es el hombre de mi vida sino el que pone las luces de Navidad... ¡snif!...

Pascualita me vio llorar como el que oye llover. - Que dura eres. ¿No te doy pena? - Por toda respuesta me lanzó un buchito de agua envenenada, que no me dio a mi pero sí a Pepe el jivarizado, en el ojo-catalejo, que creció y creció y creció hasta casi convertirse en un telescopio espacial.

Lo saqué al balcón para que pudiera crecer tranquilamente de los barrotes hacia afuera. Cuando alcanzó su total longitud empezó a moverlo de acá para allá, aprendiendo a manejar tamaño apéndice. Una vez logrado me di cuenta de que veía más de lo que debería. Los vecinos dejaron, sin saberlo, sus intimidades expuestas al ojo-catalejo y Pepe lo demostraba diciendo: - ¡¡¡OOOOOOOOOOOOOOOOO!!!

A partir de este momento, a demás de ser cabeza decapitada y reducida por los jíbaros, llavero de la tienda del señor Li, ahora era también Pepe el Espía. ¡Me hizo mucha ilusión que tuviese una ocupación el pobrecillo! Ahora solo faltaba que yo me enterara de algo... que pena que siempre se me hayan dado tan mal los idiomas.


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