jueves, 18 de marzo de 2021

El bingo.

 Desde lo alto de la lámpara del comedor, mi primer abuelito lleva una hora pidiéndome que juguemos al Bingo. - ¿Crees que no tengo nada más que hacer? (le digo con acento de señora hacendosa) - Estoy seguro de ello (me responde el tío)

- ¿Cómo vamos a jugar si solo somos dos? - Llama a tu abuela. - ¡No me líes que, como se entere Andresito que la junto contigo, me deshereda y a mi me gusta mucho la Torre del Paseo Marítimo! - Que pesetera eres, nena. - Claro, como tu ya tienes la Vida Eterna arreglada, que vas a decir.

Seguimos discutiendo un buen rato más hasta que se me ocurrió... - ¡Pero si no tienes dinero, abuelito! - Ya salió la interesada ¿acaso no existen los garbanzos? - ¿Acaso los hay en la Eternidad? - Pues... no tengo ni idea. Como aquí no se come. - ¿Ah, no? - Entras en la Eternidad con todo solucionado. Cuando San Pedro dice: pasa, te dejas fuera todo lo que tenías en la Tierra: hambre, sed, sueño, risas, llanto, dinero por supuesto y supongo que los garbanzos también. - Pues así no hay quien juegue. 

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaaaa! ¿con quién hablas, boba de Coria? - Conmigo misma, Cotilla. - ¿Vamos a comer garbanzos entonces? - Pensaba jugar con ellos al Bingo... - ¿Y qué comeremos? - Abriré una lata de albóndigas con tomate. 

Decidido el menú, jugamos al Bingo los tres (los cartones del abuelito los llevaba yo) Se nos unió Pepe el jibarizado queriendo cantar los números pero acabé metiéndolo en un cajón del aparador porque a todos los números los llamaba OOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOO y así no hay quién juegue.

No hay comentarios:

Publicar un comentario