sábado, 13 de marzo de 2021

Tala de árboles en Palma.

 Mientras desayunaba viendo a Pascualita dar saltos mortales en su taza de cola cao y dejándo la cocina pringada, un alarido ensordecedor estuvo a punto de enviarme al otro lado del Espejo, del susto. 

Cuando recuperé el aliento perdido me asomé al comedor para encararme con mi primer abuelito al que un momento antes había dejado haciendo vuelos a ras de muebles por toda la casa mientras su hermosísimo sudario, color rojo pasión, (¡verás como lo vea tu ex! le dije) se extendía como una mancha del más fino aceite de oliva dentro de una sartén, cosa que lo convertía en todo un espectáculo.

También él perdió el aliento, que no tenía, del susto. - Si no has sido tú, abuelito ¿quién ha gritado?  - Habrás sido tú. A mi no se me oye desde que soy un ánima que vaga por la Eternidad... - ¡Y por mi casa! - Eso también.

Pascualita reptaba camino del balcón. La cristalera, curiosa, se abrió para dejarla salir : - Y luego me cuentas quién ha gritado. - Los deditos de la sirena formando la señal de OK me confirmaron que sabía algo y fui tras ella.

La solución al enigma se encontraba pegado a mi casa. El árbol de la calle temblaba como una hoja delante de un ventilador. De su boca salían hipos y sollozos. Lo toqué y estaba helado. Al verme, muchas de sus hojitas se arremolinaron a mis pies buscando protección.

El árbol de la calle tenía pánico porque una furgoneta de Parques y Jardines había aparcado junto a la acera. Salieron unos operarios que, sierra mecánica en riste, se acercaron a él. ¡Iban a talarlo!

Corrí a la cocina, llené un cubo de agua y se lo tiré a los mata-árboles. Ni les gustó la ducha ni el golpe del cubo. - ¡Ni se os ocurra tocarlo! ¿Váis a venir vosotros a darnos sombra? - ¡¡¡Pónte una sombrilla en el balcón, pardala!!! (me gritaron)

Pascualita se tiró del balcón cayendo entre la pelambrera de un operario al que dejó mondo y lirondo en un abrir y cerrar de ojos. Y siguió con los otros que no sabían qué los estaba atacando.

Bajé como un rayo a la calle a rescatarla. 

Apareció Bedulio por una esquina pero, al ver el ataque recordó los que había sufrido él y lo feo que estaba después, como si un indio le hubiese arrancado la cabellera. Así que, sin aspavientos, se dio la vuelta disimuladamente y se fue porque dónde había venido.

Y ese día no hubo tala en Palma.



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