lunes, 22 de marzo de 2021

Una y no más.

 Nunca una vecina me ha pedido que le de una tacita de azúcar o de arroz. En fin, eso que es tan común entre personas que viven juntas. Nunca hasta hoy. 

La rama que da a mi balcón, del árbol de la calle, ha rascado suavemente los cristales y la cristalera, como bien educada que está que para eso le pagaron sus padres un buen internado en la mejor cristalería del barrio, le ha abierto las puertas. Y segundos después yo he gritado: - ¡Cierra, jodía, que hace frío!

Pascualita ha subido hasta el borde del acuario para enterarse de todo. Mientras la rama entraba, tímidamente, en el comedor, el árbol dejaba oír su voz. - Déjame un poco de pan de ayer, vecina, que tengo muchas bocas de gorriones que alimentar. Con éste vendaval no salen a por comida - Claro que se lo di, justo en el momento en que la Cotilla entraba en casa y rápida como el rayo, me arrebató el pan de las manos.

- ¡Quieta, parada! el pan no se tira. ¿Qué hay para comer? - Fabada (dije, mientras intentaba quitárselo) - Servirá para rebañar el plato. - Es para los gorriones. - ¡Para el plato! - ¡Para los gorriones! - ¡Unos gorreros es lo que son! - ¡El pan es mío y se lo doy a quien lo necesita! - ¡Esa soy yo! (y se lo metió en el bolsillo, por si acaso, dijo)

Con la ilusión que me hacía ayudar a una vecina en apuros... claro que la Cotilla también es una vecina pero no es lo mismo. 

A la hora de comer me ha ido entregando trozos de pan a cuentagotas (para que no lo despilfarre) 

Después de la siesta reparadora me he dado cuenta de que la juanlanas de la Cotilla se está adueñando de mi casa y de mi. En un arrebato, entré en su cuarto, cogí el resto de pan, lo empapé con agua y chinchón y saliendo al balcón, le pasé el cazo a la rama y ésta la depositó en la boca del árbol que se lo tragó.

Poco después, el chinchón hizo su efecto, los gorriones dejaron de temblar y lanzaron al aire sus trinos... Y así llevan desde hace cuatro horas, borrachos como cubas y piando sin parar. Tengo la cabeza como un bombo de escuchar las quejas de la Cotilla y la escandalera de los gorriones...

A buenas horas se me ocurrió ser servicial. ¡¡¡Una y no más, Santo Tomás!!!

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