domingo, 27 de junio de 2021

Amnistía.

 ¡Exito total el de la abuela! ahora la llaman desde otros barrios para que vaya a dar conferencias y está encantada porque a ella siempre le ha gustado ser la novia en las bodas y el muerto en los entierros.

Lo celebramos en El Funeral, con el termo de los chinos colgado del cuello. Cuando se lo recriminé, porque podía ocurrir una desgracia y perder a la sirena para siempre, la abuela me dijo que soy una agorera.

Esa noche el chinchón corrió más que nunca de copa en copa porque se brindó también por todos los Finados que se alegrarían, de haber podido verlo, del éxito de la abuela. Y cuando estábamos en lo más algido de la fiesta, con la abuela bailando sobre una mesa, despendolada y feliz, como en el cuento de la Bella Durmiente una nube negra enturbió la alegría. Había llegado la Cotilla que corrió a saludar a su amiga.

- "¡¡¡¿QUÉEEEEEE?!!! (gritó la abuela mientras clavaba en mi una mirada asesina que me heló la sangre en las venas) - ¿Qué le has hecho a tu abuela, nena? (me preguntó Andresito, preocupado) También lo estaba mi primer abuelito que nos siguió desde casa, vistiendo el más favorecedor de sus sudarios de alta costura porque no querìa perderse el éxito de su ex. 

Subido a una de las lámparas de El Funeral, susurró en mi oìdo: - Te va a caer la del pulpo, nena.  

Con un andar felino, subida a unos tacones de diez centímetros, llegó a mi lado y alzando la voz para que se oyera de punta a punta de la cafetería, dijo: - "¿Has tenido la desfachatez de dejarme en ridículo delante de tooooooooda Palma, COBRANDO a quienes asisten a mis conferencias?" - Estooo... ejem... pues... si... - (¿Es posible que un colmillo postizo brille como un diamante en plan amenazante?) Lo es.

La abuela, cabreadísima, me puso como hoja de perejil ¡solo a mi! - La Cotilla se lleva la mitad... - "¡No eches culpas sobre quien no las tiene!" - ¡¿Que no? ¿No te digo que se lleva la mit...? - La abuela me acababa de condenar. Adiós a la Torre del Paseo Marítimo...

La abuela estaba desatada y eso no podía consentirlo Pascualita que, impulsándose con su hermosa cola de sardina, salió disparada del termo para estrellarse contra la cara de la Cotilla porque yo me agaché a tiempo.

Después del griterío de la vecina, sus llantos, moqueos, gritos y lamentos, carreras y saltos debido al dolor y de haberse metido entre pecho y espalda tres cuartos de una botella de chinchón, había entrado en un coma etílico que todos agradecimos.

Solo las buenas artes de Andresito lograron que la abuela condescendiera a otorgarme la Amnistía. Y yo me sentí eufórica - ¡Pelillos a la mar! (grité) - hasta que me di cuenta que la abuela perdona pero no olvida la jodía.

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