lunes, 14 de junio de 2021

No dejan que me explique.

Esta mañana me he levantado con la idea fija de ir a la iglesia donde me pilló el sacristán y contarle que la Cotilla es quien le "límpia" los cepillos. Ojo por ojo, diente por diente... bueno, el ojo que se le ha quedado después del buchito de agua envenenada que recibió, no tiene igual en el mundo entero. Ya hay más ojo que cara.

Me he llevado a Pascualita en el termo de los chinos. He ido temprano para evitar el solazo del mediodía. y la sirena iba tan contenta, viendo el panorama de las calles de la ciudad.

Esperé a que abrieran la iglesia y, en cuanto apareció el sacristán fui derecha hacia él. Al verme palideció.  Pensé que había visto a Pascualita y coloqué el tapón del termo a toda prisa. 

- ¡No te acerques o llamaré a la policía! - Pero, en lugar de hacerlo con el móvil, se puso a gritar como un energúmeno: - ¡Policíaaaaaaaaaaaaaaaa. Está aquí la ladronaaaaaaaaaaaaa! - Oiga. Está equivocado. Yo venía a dejar las cosas claras... - Pero el tío, con tanto grito, ni me oía. - ¡Viene a robar otra veeeeeeez! ¡Socorroooooooooooooooooo!- ¡Calla ya, jodío!

Los pocos viandantes de aquella calle se multiplicaron enseguida cuando los vecinos, alarmados por los gritos, fueron saliendo de sus casa, algunos aún en pijama o camisón mientras yo seguía dando explicaciones al viento. - Que la Cotilla es la ladrona... ¿Me oyes?

De repente me vi cercada por gente de ceño fruncido y no me gustó. Me apoyé en la puerta de la iglesia y saqué a la sirena del termo. La puerta se abrió del todo y me encontré junto a la pila de agua bendita. Los gritos del escandolos no cesaban y yo ya no quería estar allí. 

En defensa propia lancé a Pascualita a la cara del sacristán. Y entonces sus gritos se mezclaron con los ayes, carreras, llantos, moqueos y lagrimeos que son los síntomas que se tiene cuando los dientes de tiburón de la sirena se cierran en torno... a la nariz, por ejemplo. En cuando pude parar al herido, de un tirón secó arranqué a la sirena y la lancé a la pila del agua bendita.  

Ante el espectáculo del sacristán hubo vecinos que aplaudieron a rabiar mientras otros les silbaban o se acordaban de sus familiares y acabaron todos discutiendo a grito pelado. Solo se callaron ante la vista de una descomunal nariz que seguía creciendo pero... yo ya no estaba allí.

 

 

 

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