viernes, 6 de agosto de 2021

¡El Médico!

 Parece que los dioses, los que sea: egipcios, mesopotámicos, incluso los que aún no habían nacido cuando las sirenas habitaban los mares recièn estrenados, han escuchado mis preocupaciones y enfados por la miopía de Pascualita porque ha vuelto a su casa ¡El Médico!

 Hijo de Andresito, nieto de la Momia, nietastro de la abuela. Un apasionado masoquista que adoraba mis patadas en sus espinillas. 

La abuela me ha dado la noticia: - "Andresito está loco de contento con la venida de su hijo a la Torre del Paseo Marítimo. El chico está guapísimo, nena. Tendrías que ir afilando tus armas de mujer y llevártelo, cuanto antes, al huerto. " - Ah, pero... ¿tenéis huerto? ¿en un pueblo? Ya podrías traerme tomates cuando vayas. - "¡No empieces o te mando a tomar viento, jodía!" - ¿A qué viene éste enfado? Como sois los ricos, cuánto más tenéis, más os quejáis.

La abuela cambiò de tercio. - "Ya sabes que es médico" - Sí. - "Y Pascualita necesita uno" - Un oculistaaaaa, abuelaaaaa. - "¿Tendrá algún amigo que lo sea, no?" - Ah, no se como se lleva ésta gente entre ellos. A lo mejor los que tocan ojos no se juntan con los que tocan pies o riñones, o... - "¡O leches!... Le dirè al Médico que vaya a tu casa y te apañas con él ¡Que sofocón me has hecho coger, jodía!

Poco después llegó el Médico y era verdad que estaba de toma pan y moja. Al verme quiso saludarme con dos besos pero le di tal empujón que trastabilló contra la barandilla del rellano de la escalera y por poco, la rueda. Una sonrisa de oreja a oreja se le dibujó en la cara: - Ya no recordaba tu mal genio ¡Me encanta!

La abuela lo había puesto al corriente de que mi mascota (dijo) tenía problemas de la vista y necesitaba ayuda. Para que no dedujera que era una sirena, la puse en el feo broche prendido de mi camiseta. - Es esto (le dije señalando al bicho)

Como Pascualita sabe que si está en el broche no debe moverse, parecía un don Tancredo en miniatura. El Médico la miró. - Es un broche... tendrías que llevarlo a un joyero. - Te hablo de lo que está en el centro y es miope. Necesita un oculista. Házme caso que sé lo que digo. - Nena... (empezó a hablar tratando de hacerme entrar en razón pero no dijo nada más)

La patada en la espinilla, a pesar de mi desentreno, lo subió al Séptimo cielo, le saltó las lágrimas y subió los colores. Cuando pudo hablar, dijo: - Haré lo... que tú... quiéras. Hablaré con un... colega... ¡Que bien pateas, nena...!

No hay comentarios:

Publicar un comentario