lunes, 30 de agosto de 2021

El misil.

 Bedulio no se separaba de la Cotilla a pesar de no encontrarse a gusto en mi casa. En su mirada había un punto de excitación que no podía disimular. ¡Había encontrado a una defraudadora de Hacienda el solito y no iba a consentir que nadie más se colgara la medalla!

Mientras yo seguía celebrando mi éxito con la apuesta alguien se picó y desde el cuadro de la Santa Cena me llegó una voz: - ¿A qué viene tanta fiesta si el sudario no es real? No te lo podrás poner, boba de Coria. - Levanté la cabeza rápidamente pero no descubrí al aguafiestas hasta que una de las ramas del árbol de la calle más cercana al cuadro, lo señaló. - ¡Judas, claro! No podía ser otro el muy jodío.

Pascualita quería participar en el jolgorio general  pero, por culpa de Bedulio y la Cotilla, debía permanecer escondida entre las algas del acuario. Por el rebillo del ojo yo veía como se iba enfureciendo más y más hasta sacar su dentadura de tiburòn a pasear. - Huy, huy, huy... (me dije) - Huy, huy, huy (me transmitió, telepáticamente, su preocupación mi primer abuelito por lo que pudiera pasar) - OOOOOOOOOOOO (soltó Pepe el jibarizado demostrando dos cosas a la vez: Una, su preocupación por la reacción de Pascualita. Dos: que en  vida, nunca perteneció a mi familia dado el modo de expresarse.

De pronto, un pequeño misil chorreando agua de mar, salió disparado contra la extraña pareja Bedulio-Cotilla, ensañándose en el pelo de ambos, saltando de cabeza en cabeza y haciendo caso omiso a los gritos, lamentos, saltos, llantinas, mocos y babas que soltaban los agredidos. 

En un visto y no visto ambos quedaron pelones mientras el "misil", acabada su faena, entraba limpiamente en mi escote.

Ni siquiera me dio tiempo a decirles adiós, ni a ofrecerles un chinchón... que pena.

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