miércoles, 29 de septiembre de 2021

Dichosas vecinas.

En mi escalera están de cachondeo. Siempre hay una vecina que vigila mis entradas o salidas de casa y cuando se enciende la luz del rellano, empieza a aplaudir y las demás salen a reir a mi costa.

Ya me he cansado y les he puesto una denuncia de las que hacen época. Fui al cuartel de los Municipales y encontré a Bedulio que estaba de guardia. Al verme hizo amago de esconderse debajo del mostrador de la entrada pero no le sirvio de nada porque su jefe le ordenó: Atienda a ésta ciudadana y deje de escaquearse.

Denuncié a mis vecinas de todo lo que se me ocurrió. Había que ver la cara de embobado de Bedulio: - ¿Esto también?... pero si no es delito ser fea. - Tu escribe que se van a enterar de lo que vale un peine.

Cuando, por fin, quedé satisfecha regresé a casa y me encontré con un espectáculo dantesco: El árbol de la calle, rodeado de gente que comentaba, exclamaba, criticaba... , se iba desnudando, poco a poco, mientras susurraba: tarara, tararaaaaaaa...

Y largos trozos de corteza de su tronco se estrellaban contra el suelo y las cabezas de muchos mirones. Yo no pude contenerme y grité: - ¿No te da vergüenza, viejo loco? - El contestó, haciéndose el interesante: Nonono nononooooooo

Las hojitas montaban un guirigay y tenían a la gente mirándola mientras, cerca del pie del árbol, éste engullía una bicicleta que alguien había apoyado en el tronco.

Fue la cristalera del balcón, su parte exterior, quien gritó: - ¡Que se la comeeeeeee! ¡Socorrooooo! - Pero nadie le hizo caso. Yo me quedé por allí para ver la cara del dueño de la bici cuando fuera a buscarla y la encontrara formando parte del tronco.

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