sábado, 22 de enero de 2022

Ande yo caliente...

 Aún tengo en la retina la imagen de mi primer abuelito enfundado en franela. Y la lámpara del comedor también porque, desde entonces, no levanta cabeza. Creo que su príncipe azúl, el alma más elegante del Más Allá, se le ha caído del pedestal. Será difícil componer de nuevo su imagen perfecta.

Cuando volví a verlo la cosa había empeorado porque, ahora, además de la franela lucía pantuflas. No pude abrir la boca pero los ojos se me fueron directos a sus pies. El se dio cuenta y dijo: - Ya sé que nunca llevo pies pero me los he puesto para calentarlos con las pantuflas. ¿A qué parezco un abuelo de verdad? Además, así puedo decir: ¡ande yo caliente y riase la gente! - La carcajada fue general y al poco llorábamos todos de risa.

Las bolas de polvo proliferan como las moscas en verano. Y se me suben a las barbas que no tengo. Corren por el pasillo jugando al escondite y al menor soplo de aire, vuelan o explotan. La escoba está harta de que la ninguneen y en cuanto puede se lia a escobazos. Cuando ésto ocurre cojo a Pascualita y nos refugiamos en el balcón. Prefiero escuchar al árbol de la calle que recibir un golpe.

Pascualita va loca por meterse dentro del árbol desde que vio como una hoja seca de otro árbol, llevada por el viento, entraba en su boca y no volvía a salir. Piensa que allí dentro estará más calentita. Esta tarde está insufrible así que, sin pensarlo siquiera, la he lanzado con la idea de encestarla en la boca de madera que no calla nunca. 

Entrar ha entrado... límpiamente, no. Ha chocado y rebotado (se veían los chichones a simple vista) varias veces hasta que se ha escurrido dentro. - ¡Ya está! - me he dicho y me he quedado tan pancha hasta que el árbol ha sacado su larga lengua de madera y se ha relamido, ha soltado un eructo que movido todos los cristales del barrio y un olorcillo a pescado ha llegado a mi pituitaria. - ¡Ay, ay, ay...!

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