miércoles, 26 de enero de 2022

Doña Caprichos.

Comentaba con el árbol de la calle lo difícil que era que Pascualita tuviera amistades. - A tí no te ha comido porque eres muy grande pero, si te hubiese conocido como esqueje ya sería otro cantar.

- Este bicho me pone las hojas de punta. Es como un pozo sin fondo. Tengo pesadillas pensando que un día descubra que le encantan mis hojitas ¡No dejará ni una! ¿Tan difícil es encontrarle un sireno? - Es una tarea imposible ¡No hay! Me temo que los machos eran a las sirenas como los zánganos a las abejas... - ¡Calla, calla. Mira, tengo las hojas como escarpias!

Como el día era bueno, la charla ocurría en el balcón para disfrutar del sol. Era una cháchara distendida hasta que se me mojó un pie porque Pascualita acababa de tomar posesión de el después del paseíto que se había dado desde el acuario al balcón.

Un temblor nervioso me invadió cuando me dio por pensar si nos había oído. Parecía estar a miles de años luz de mi casa. Mi primer abuelito apareció montando un brioso caballo blanco que se convertia en humo a cada paso que daba ¡Era espectacular!

Grité alborozada como una niña escandalosa: - ¡quiero montarlo, quiero montarlooooooooooo! - Es pura nube, no puedes subir porque no te aguantará. - Pero yo seguía erre que erre.:  - ¡¡¡QUIEROOOOOO!!! Como buen abuelo, no pudo soportarlo más y cedió. Cogió las riendas para que yo me subiera a aquella belleza.

El caballo me miraba, orgulloso e impaciente. Estaba muy alto, rozando el techo y necesité la escalera para subir hasta la grupa. Mientras pasaba una pierna sobre el caballo me fijé que el abuelito cerraba los ojos y ¡¡¡PATAPÚM!!! me caí desde una altura de casi tres metros.

Desde el suelo escuché el relincho de un caballo fundiéndose en el aire, las risotadas de mis compañeros de piso que se partían de risa y vi a Pascualita haciendo la señal de OK... 

Yo me partí una vértebra y tuve un ataque de risa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario