miércoles, 12 de enero de 2022

Fama efímera.

 Sigue el rosario de gente que acude a abrazar el árbol de la calle, que se muestra más ufano cada día que pasa. Por lo pronto ha crecido y, sobre todo ha ensanchado y se le ve orondo y lustroso como nunca.

También canta. Todo el santo día tiene la bocaza abierta y por ella salen canciones del año catapún con las que tiene el poder de ponerme la cabeza como un bombo.

La gente no se conforma con abrazarlo, también le pegan mensajitos en el tronco, a veces con chinchetas, otras con celo y cuando la parte baja estuvo empapelada alguien trajo una escalera para poder llegar a las alturas. 

Mientras tanto ha engullido dos bicicletas que dejaron apoyadas en el tronco; los cacharros donde una vecina deja agua y comida para gatos, palomas y gorriones. Y varios móbiles. 

Cuando la gente se subió a las ramas en su afán de inmortalizarse a través de alguna frase acertada y el selfi correspondiente, el árbol dejó de cantar y empezó a gruñir. Los gorriones se quejaron de que se habían pisoteado varios nidos alquilados y con derecho a cocina.

De la noche a la mañana, los mensajitos pasaron de edulcorados a sádicos porque a nadie le gusta que le critiquen o le gruñan, sobretodo cuando piensa que está haciendo un bien a la Humanidad abrazando a un árbol viejo, polvoriento y lleno de pájaros que montan campeonatos de defecaciones y hacen dianas sobre los "amigos de los árboles"

Ni mi primer abuelito se pone bajo la copa del árbol cuando los gorriones, más los estorninos, las tórtolas y los mirlos se divierten con el tiro al blanco.

 De repente, el árbol se ha quedado solo. El viento se cuida de arrancar los papelitos dedicados. El árbol está mohíno. Ha empezado a hacer pucheros. Se anuncian inundaciones...

La memoria del árbol ha reverdecido y recuerda una frase: Pon un perro en tu vida. Y aquí están fieles a sus costumbres, los perros del barrio que, ya sin barullo por medio, acuden presurosos ¡y con paraguas! a levantar la pata tal como está mandado en su ADN.

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