martes, 15 de marzo de 2022

La electricidad estática ataca la muy jodía.

 Aún no habían colocado las calles cuando, un sutil chisporroteo, me despertó babeando. ¿Alguien estaba haciendo palomitas de maíz a esas horas brujas de la noche... en mi casa? Antes de decidirme a encender la lamparita de noche pensé en quién podía ser y solo se me ocurrió ¡la Cotilla!

Aunque se pasa la noche entera de trapicheos, debió tener buenas ventas, acabó pronto y ahora estaba en la cocina haciendo... pero no me cuadrabra. Suele acostarse en cuanto llega porque sus casi cien años ya le pesan un poco. 

El caso es que, al sentirme más despejada me di cuenta de que no olía a palomitas. Pero el chisporroteo persistía ¿Sería posible que llegaran hasta mi cuarto y mi subconsciente, el ruídito del estallido del maíz cocinado por alguna vecina? 

De repente, un pequeño fogonazo, una chispita de fuego fatuo (huuuy, que escalofrío) me obligó a pedile cuentas a mi primer abuelito: - ¿Estáis de jarana en el Más Allá? - No. ¿por qué? - Me ha llegado la luz de un cohete lejano... - Mientras hablábamos, aparecieron más chispas efímeras

- ¡Hala! (dijo el abuelito) ¡La fiesta es en tu cama, nena! La manta zamorana que te cubre está llena de electricidad estática ¡Mira, mira, tu pelo se ha levantado, puño en alto, pidiendo reivindicaciones! 

Encendí la luz, me miré en el espejo y, en efecto, el pelo cantaba La Internacional a voz en grito. Y no solo esto, sino que las chispitas vinieron a por mi. Trozo de manta que tocaba, calambrazo que me daba. Y como entre chispas, revoluciones y calambrazos no se puede dormir, no tuve más remedio que salir por pies de la cama y de casa para cobijarme bajo el árbol de la calle, liada en una toalla de playa de propaganda y sin chinchón para calentarme las tripas.

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