miércoles, 2 de marzo de 2022

La mujer-gato.

 La potente voz del árbol de la calle retumbaba en las fachadas de las casas del barrio, en las carrocerías de los coches abandonados... esparciendo a diestro y siniestro la sensaciòn de miedo que lo atenazaba.

- ¡¡¡SOCORROOOOOOOOOOOOOOO. ME HAN INVADIDOOOOOOOOOO!!! 

Los vecinos nos asomamos a balcones y ventanas. - ¿Han venido los rusos a Palma? ¿En la barriada de Pere Garau? ¿Para qué? Como hoy vienen a vender los payeses querrán verlo de cerca. Pues si quieren fotografiarme comprando naranjas de Sóller ya pueden ir aflojando la pasta. A cinco euros la foto. Qué barato te vendes. Vale, pues a veinte euros. Así ya vale la pena...

Hablaban mucho pero nadie había visto un ruso subido en un tanque. - En la tele sí... 

Al final alguien pensó que el árbol de la calle estaba pitopausico y dejamos de preocuparnos. Pero yo estaba en el balcón y me hizo partícipe de sus miedos. - Me han invadido los pies, boba de Coria. - Mira que eres exagerado... no veo ningún ruso. - Es una mujer. - Y una rusa tampoco, arbolito de mis entretelas.

Respiró hondo antes de instarme a mirar a su pie. - ¡Es una de esas mujeres-gato! - Yo solo vi a una vecina mayor poniendo de comer a los gatos callejeros. - ¡Las ratas corretean por mis raíces y no me dejan en paz. ¡¡¡MIRA, ESTÁ SUBIENDO UNA POR EL TRONCO. SE COMERÁ A LA SIRENA!!!

Pascualita observaba desde la boca de la garrafa y como una fiera corrupia, escupió agua envenenada a la rata que chilló y a punto estuvo de trastabillar. Pero la sirena no suelta una presa. 

Era ya media tarde y la sirena dormía a cola suelta mientras seguía haciendo la digestión... 

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