martes, 22 de marzo de 2022

Que tristeza...

Las risas del árbol de la calle me despertaron cuanto aún no habían puesto las calles. Salí al balcón hecha un basilisco: - ¡¿Te parece bonito estar de jarana a las horas brujas de la noche, descocado?! ¡La gente decente, duerme! - ¡¡¡Aplícate el cuento, pesada!!! (gritó un vecino) 

A veces se me olvida que, a la extraña fauna que habita mi casa, solo los oigo yo.

Entré, le dije a la cristalera que cerrara a cal y canto, sin hacer ruído y me encontré con el comedor lleno de quejas que no paraban de parlotear, teniendo tod@s más razón que un santo.

- No hay derecho que mis representados no puedan dormir la mona tranquilamente hasta que el sol los deslumbre. (dijo la queja de los comensales de la Santa Cena) 

Pepe el jibarizado se representó solo con un OOOOOOOOOOOOOOO de cabreo.

- Mis reperesentadas trabajan noche y día y para un ratito que tienen para dormir, va el escandaloso ese y las despierta ¡No hay derecho! (el representante de las bolas de polvo estaba enfadadísimo)

Pascualita, al verme, sacó su dentadura de tiburón a pasear y saltó sobre mi con el consiguiente susto. ¡Quería morder al árbol! Abrí la ventana de la cocina y la lancé contra la rama más cercana. Dos minutos después lloraba de risa, llenando el alcorque de líquido salado para regocijo de las raíces.

Me asomé, toqué una de las hojitas y la mano se llenó de ¡hormigas que me hacían cosquillas! 

- ¿Estás acogiendo a un hormiguero? susurré al árbol. - Es mi deber. Huyen de la guerra.

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