sábado, 12 de marzo de 2022

¡Llueve!

Los extraños ruídos procedentes de la cocina eran los ronquidos de mi nevera. - ¿Te parece bonito dar un concierto a éstas horas? . No me queda más remedio porque voy al ralenty. - ¡Aaaayyyyy ¿No me digas que te estás estropeando, María Manuela?!

No me lo dijo pero sí, se rompió. Y mientras yo lloraba como una Magdalena el árbol de la calle se puso a canta, a voz en grito, el Aleluya. Huuuuy, aquello me sublevó y salí hecha un basilisco al balcón, a tanta velocidad que choqué con la barandilla, di una voltereta y mi cuerpo salió despedido dispuesto a estamparme contra la acera que ya se relamía la muy jodía... pero se le fastidió el festejo porque fui a dar en los brazos de un guapo mozo que pasaba por allí y, en ese mismo momento, los tenía extendidos.

En la calle se armó un batiburrillo de vecin@s comentando la jugada mientras yo me agarraba al cuello de mi salvador como una lapa a las rocas. En seguida llegaron la ambulancia y el policía de barrio, o sea, Bedulio.

Los enfermeros hicieron lo imposible para separarme de mi héroe porque la camilla no era de matrimonio pero no lo consiguieron, a pesar de los esfuerzos que hacía él. 

Antes de que se cerraran las puertas escuché alguno de los comentarios de los mirones: - Esta, con tal de dar la nota, ha hecho el pino-puente en la barandilla. Hay que ver lo que tenemos que aguantar sus vecinos. Podemos pedir una subvención al Gover para premiar nuestra paciencia. ¡Eso, eso! - La rúbrica la puso Bedulio: - Está aprendiendo a volar... ay, Señor.

El árbol me hizo llegar el motivo de su canción: - ¡Es que, por fin, está lloviendo, boba de Coria!

 

 

 

 

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