miércoles, 6 de abril de 2022

El bañador.

He buscado el bañador en el cajón donde creía haberlo guardado... y no estaba. A partir de aquí mi cabeza se convirtió en un batiburrillo de pensamientos inconexos: - ¿Si no lo puse aquí, dónde lo puse? - Esta pregunta me la hice millones de veces, de una forma u otra y no saqué nada en claro hasta que decidí volcar el cajón sobre la cama.

Y así encontré una pequeña pista. Entre todas las cosas que se esparcieron apareció, debajo de unas chocolatinas que olvidé guardar en la nevera antes que la pandemia nos atacara, una esquinita de tela, pequeña como la uña del meñique del pie, igualita a la del bañador.

Entre exclamaciones tales como: ¡Ole pa mi cerebrito guay! ¡Menuda buscadora de oro se está perdiendo España! ¡Nadie como tú, nena! - fui engordando mi ego hasta que caí en la cuenta de que seguía sin saber dónde demonios está el dichoso bañador. Y tengo que encontrarlo porque, aunque ahora haga frío, el verano está a la vuelta de la esquina y tengo que ir a la playa.

Puse mi cuarto patas arriba hasta, moviendo el sinfonier del sitio en el que ha estado siempre desde que la abuela lo compró, cuando Pascualita aún no había aparecido ni en nuestras vidas ni en la lata de sardinas en aceite.

¡Y ahí estaba! bajo el sinfonier de las narices. Un grito salió de mi garganta: ¡¡¡POMPILIO!!!

Más tarde, mientras Pascualita y yo nos dábamos un homenaje a cuenta de un chinchón on the rocks, Pompilio explicó que al ver los colores chillones del bañador tuvo que quedárselo. Lo que ocurrió después fue culpa de los pececillos de plata que siempre meten las narices y las bocas donde no deben. - Se lo han comido ellos jejejejeje 

Cogí el bañador, lo extendí sobre el sofá y quedé petrificada. Estaba lleno de agujeritos. Pero lleno, lleno.

Para cuando reaccioné Pompilio ya no estaba. Sin embargo, como no hay mal que por bien no venga, ahora tengo un colador de colorines y me he ahorrado los euros que pensaba gastarme en la tienda de los chinos del señor Li.

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