domingo, 3 de abril de 2022

Los santos... ni caso.

 El olor de las ensaimadas recién hechas me ha sacado de la cama. La abuela ha venido a visitar a su amiguita del alma y se ha quedado a desayunar con nosotras. Geoooorge ha sido el encargado de preparar los cola caos, bien batidos para que salga espumita y después se ha ido al rolls royce a esperar a su madame. No tiene ni idea de la existencia de la sirena ni falta que le hace.

- "¿Está la Cotilla?" - No tengo ni idea, abuela. Solo me he preocupado de dormir a pierna suelta. - "Mira lo que te he traído, preciosa..." - ¡Gracias, abuela! que detalle. - "No seas pejiguera. Las ensaimadas son, principalmente, para mi chiquirritina" - ¿Y yooooo? - " Vaaaale, coge una". 

O la abuela no recuerda que la medio sardina está empachada o cree que ya está bien. - Pascualita tiene tripón... - "¡¿Está embarazada?! ¿ahora me lo dices? ¡¿Dónde está mi princesita de los siete mares?! ¡¡¡PASCUA...L!!! - (Al mismo tiempo sonó:) - ¡AVEMARIAPURÍSIMAAAAAAAAAAAAAAAAA!... ¡¿PASCUAL?! -

En ese momento Pascualita di su primer salto mortal con tirabuzón dentro de su taza de cola cao poniéndome perdida. - ¡Estate quietaaaaaa, jodía! (grité mientras la cogía por su pelo-algas, hice molinete y salió zumbando hacia la ventana de la cocina estrellándose contra el cristal que, como hace una rasca de invierno, estaba cerrada a cal y canto.

La Cotilla entró en la cocina a paso de carga, lanzando dos preguntas al aire: - ¿Dónde está tu amante? y ¿Qué ha sido ese ruído? - "¿Amante? voy servida con mi Andresito que me alegra las pajarillas un día sí y otro también. En cuanto al ruído ¿qué ruído? - Que cuajo tiene la abuela.

La sirena, parecía una calcomanía estampada en el cristal. Patinaba lentamente, a punto de estrellarse contra el suelo, sin reaccionar, como un juguete roto. Desde lo alto de su estantería Pepe lo vio todo y dio la voz de alarma: OOOOOOOOOOOOOOOOO. 

Mientras las dos amigas discutían (la Cotilla se sentìa engañada por la abuela) me acerqué a la ventana, cogí los despojos de la última sirena del mundo y la metí, rápidamente, en mi escote, pidiéndole a todos los santos que, al volver en sí, no recordara nada.

No me hicieron caso... ahora luzco un escote que para si quisieran algunas. Con decir que la Cotilla y yo no necesitamos mesa porque nos apañamos bien poniendo el plato de comida sobre mi pechuga en la que caben hasta cuatro comensales olgaditos.

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