domingo, 17 de abril de 2022

¡Que susto!

Estaba tomando el solecito en el balcón cuando un pájaro de mal agüero, negro y con grandes alas, aunque lo peculiar era su pico largo y puntiagudo, se encasquetó en mi cabeza. La que monté fue de aúpa. Los gritos llegaron hasta el Ayuntamiento que salió en tromba a la balconada, el Alcalde el primero, a escuchar lo que pensaron que era una saeta. 

Los ayes reavivaron la polémica de todos los años: Procesiones con saetas o sin ellas. Unos quedaron encantados y otros se tiraban de los pelos: ¡Esto no son cosas de nuestra tierra! (clamaban enfadadísimos) ¡Ole, óle, óleeeeeeee! (jaleaban los otros) Aunque, al final se hartaron todos porque yo no dejaba de gritar y un poco de jaleo, vale, pero eso ya era pasarse de la raya.

Y es que, lo que fuera que cayó en mi cabeza, seguía allí y no me dejaba ver nada.

Fueron los comensales de la Santa Cena quienes lo reconocieron: la caperuza de un penitente. De golpe y porrazo, se había levantado un vendaval que no venía a cuento que, además de levantar faldas, apagar cirios, llenar los ojos de arena del desierto de la nube que nos cubre, se llevó algún que otro capirote que no dio tiempo a su dueño a sujetarlo con las dos manos. Y este voló sobre las azoteas de las casa, las copas de los árboles y todo cuanto encontró a su paso hasta aterrizar en mi cabeza y colocarse para lo que fue construído aunque, las ventanitas de los ojos quedaron a mi espalda.

Una vez que cerré la boca, cosa que me costó porque se me había desencajado, me llovieron críticas por pejiguera, de los personajes de casa. - ¿No sabes gritar más bajito, leñe? (se quejó el árbol de la calle) La cristalera, que se había cerrado a cal y canto para no oírme, tuvo que aguantar el chaparrón de insultos de la parte de afuera. - ¡Me he quedado sorda por tu culpa, egoísta!

También Pascualita mostró su enfado a base de movimiento de manos, sacada de dentadura y coletazos al aire. Menos mal que tenía la caperuza a mano y cuando le vi intención de saltar a mi escote, la tapé con él dejándola a oscuras y así pude sentarme, tranquilamente, a tomarme unos chinchones en la salita.

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