martes, 2 de agosto de 2022

¡Mi familia!

 Esta noche he puesto una silla detrás de la puerta de casa temiendo que, en cualquier momento, entrarán o bien la Cotilla, o bien el señor Li ¡o los dos juntos! 

Sobre las cuatro de la madrugada he oído ruido y me he metido bajo la sábana pasando más calor que un tonto. 

La razón me decía que debía salir a hacer frente al intruso pero una cosa es decirlo y otra hacerlo. Saqué un poco el brazo, cogí el teléfono y llamé al cuartel de los Municipales. Se puso Bedulio. - ¿Haces horas extras? (pregunté sorprendida) - ¿Tú no duermes? (preguntó a su vez) - Hay gente en casa... Tengo miedo... - Te advierto que no voy a ir...

De repente los ruidos se intensificaron. - ¡Ayayayayayayay, Bedulioooooo! - ¡Ni me mientes! - ¡Ven, porfi y trae la porra! - La he dejado en casa... Voy a colgar. - ¡NOOOOOO! - Ya lo creo que colgó.

Con la luz del día llegó la tranquilidad. El árbol de la calle me cantó las Mañanitas, demasiado entusiasmado para mi gusto. La cristalera se abrió con más garbo que nunca y salí al balcón donde unos lamentos llamaron mi atención. - ¡Señor Li! - Estaba colgando, por la cinturilla del chandal, de una de las ramas del árbol. Por las trazas, había recibido un correctivo por parte de la sirena en la cara y no se sabía si estaba del derecho o del revés. 

La Cotilla tenía las orejas que le arrastraban por el suelo y dormía junto a una botella de chinchón vacía. 

Pascualita, satisfecha de si misma, presumía ante mi primer abuelito comentando la faena de esa noche.

Los invitados a la Santa Cena tenían las manos rojas de aplaudir y Pompilio era feliz porque había conseguido un nuevo calcetín, del señor Li, para su colección.

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