viernes, 12 de agosto de 2022

Reunión familiar.

Nunca pensé que mi primer abuelito pudiera probar el chinchón, dada su condición de fantasma pero el amor todo lo puede... o eso dícen. 

La abuela y Andresito, acompañados de la Momia, llegaron a casa en su magnífico rolls royce conducido por, el cada vez más apocado, GeooooorgeBrexit que, cada día se arrepiente más de haber votado a favor de ello.

La visita de la bisabuelastra alegró las pajarillas de mi primer abuelito que, sabedor que su amor platónico estaba en casa, apareció más bonito que un San Luis, envuelto en un sudario imitación del traje del Gran Almirante de la Mar Océana que llevó Cristobal Colón en su día. 

Tampoco ella se quedó atrás y lució unas camelias en el pelo que ya le hubiese gustado llevarlas a la Dama de las susodichas. 

Cuando se vieron se paró el mundo aunque, en casa, pocos nos dimos cuenta de ello, quitado de Pascualita y yo. Y esa fue la primera y única vez, que he escuchado suspirar a la sirena... ¿por un viejo amor? 

Mientras estuvimos de cháchara entrecruzada porque hacía tiempo que no nos reuníamos todos y había mucho que contar, la botella de chinchón fue pasando de mano en mano pero antes se escuchó el consabido: - ¡Avemariapurísimaaaaaaaaaaaaaa! - de la Cotilla que tiene un olfato para la comida y bebida ajena que le sale gratis que es digno de figurar en los anales de nuestra pequeña historia familiar.

De repente algo llamó mi atención: un diminuto ser, rápido como el viento, se llevaba un calcetín de Andresito y otro de Geoooorge sin que se dieran cuenta. ¡Que pillín, Pompilio! Y entonces fue cuando vi la escena de amor que no es de éste mundo: la bisabuela se llevó la copa de chinchón a sus finísimos y arrugados labios centenarios e, inmediatamente, los labios jóvenes de  mi primer abuelito se posaron en el mismo lugar. ¡Ostras, me emocioné! 

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