viernes, 19 de agosto de 2022

Sigue el celo.

Un ¡¡¡OOOOOOOOOOOOOOOOO!!! desgarrador quebró mi dulce sopor siestero. Salí corriendo hacia la cocina donde Pepe el jibarizado tiene su estantería particular. - ¡¿Qué te pasa, Pepito?! ¿Quieren comerte otra vez? (pregunté por preguntar porque de su cuerpo ya no queda nada y su cabeza es una cáscara vacía y recosida)

Pero resultó una pregunta muy oportuna porque Pascualita, que está poseída por un apetito sexual malsano y milenario que la corroerá unos días más, tenía cogido al jibarizado con intención de morder y arrancar trozos del pobre Pepe. - Cogí un trapo de cocina y, de una fuerte sacudida, lancé a la sirena al fregadero que estaba lleno de agua jabonosa y, por supuesto, dulce.

Pascualita debió dar un trago y no le gustó en absoluto. Tosió, vomitó, y para darme miedo, apareció como un zombi remojado, de entre una montaña de espuma de mistol. - ¡Aaaaayyyyy, que escena más terrorífica! No me la voy a poder quitar de la cabeza ¡Fuera, bicho, que luego te soñaré! 

Estuve consolando un buen rato a Pepe el jibarizado para que se calmara sin prestar atención al paradero de la media sardina... hasta que escuché la algarabía de las bolas de polvo. Pascualita las tenía acorraladas bajo el aparador y en cada embestida contra ellas, se comía unas cuantas. 

Pronto se cansó del "menú" y atacó a las patas del aparador que protestaron enérgicamente ya que, aunque sean de roble vasco, tienen las patas sensibles y los mordiscos de la sirena las obligaban a saltar de acá para allá hasta que, a punto estuvo el acuario-puerta-lavadora de estrellarse contra el suelo. Menos mal que el espíritu de Nefertiti, que apareció acompañada de mi primer abuelito (que no cabía en sí de gozo, todo hay que decirlo), lo protegió.

 

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