domingo, 20 de noviembre de 2022

Acabo de saber que mi bisabuelastra, la Momia, no está muy bien y me ha faltado tiempo para contárselo a mi primer abuelito.

He tenido que llamarlo a voces porque no aparecía por ningún sitio. Finalmente, un resplandor apareció precediéndole por una esquina del techo del comedor. ¡Vestido de Estrella de Belen envuelta en villancicos cascabeleros! 

- ¿Qué ocurre, nena? - La bisabuelastra está malita y es probable que se vaya al Más Allá... ¿No te alegras? - Pues... no sé que decirte. El caso es que ya hemos hablado de éste tema y pensamos que estamos mejor así, en un quiero y no puedo.

Quedé pasmada. - Entonces vuestro enamoramiento es un paripé... - ¡Noooo, que va! Estamos muy chiflados porque nos vemos de  Pascuas a Ramos y todo es bonito, romántico, ideal. Si estuviéramos juntos toda una Eternidad no sería lo mismo. - ¡Que modernos sois! sobre todo ella que ya casi pilla a Matusalen.

Mi primer abuelito se despidió de mi porque tenia una cita con Oscar de la Renta para una prueba de sudarios originalísimos, dijo, a pesar de que le propuse ir a visitar a Bedulio a quien el médico le dio la baja laboral para que pasara una temporada tranquila y  sin sobresaltos. - No me tientes, nena que hay que ver lo que me rio con lo asustadizo que es éste hombre. - Venga, di que sí, guapetón.

No lo convencí y salí a dar una vuelta con Pascualita metida en el termo de los chinos, que va camino de convertirse en un pieza arqueológica.

De casualidad encontré a Bedulio sentado en la Plaza de España dando de comer a los gorriones. Me alegré y corrí hacia él que, al verme, perdió el color he hizo amago de levantarse y huir. No pudo porque tropecé, di un traspiés, cai sobre él y rodamos por el suelo en alegre confusión jaleados por el público presente. El tapón del termo saltó por los aires. El agua fría lo empapó y abrió la boca soltando un grito de terror porque "algo" no dejaba que la cerrara.

Afortunadamente, todo ocurrió tan deprisa que no le dio tiempo a ver nada. En una santiamén estuvo en mi escote, la sirena claro. Bedulio siguió en el suelo temblando como un conejo y diciendo ¡Vade retro, satanás!

 

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