jueves, 24 de noviembre de 2022

El árbol no se cansa.

Me he despertado inquieta. Serían las cuatro de la madrugada cuando, con los ojos abiertos como platos, he ido al comedor  porque sentía que faltaba alguien en casa, pero sin saber quién podría ser.

Mi primer abuelito volaba en círculos a medio metro de altura de la mesa. Le encanta exhibirse delante del espejo del aparador. El nuevo sudario tenía una enooooorme cola de caballo que lanzaba alegres relinchos al ritmos de Mi jaca. - ¿Puedes decirme quién falta, abuelito? - Podría pero, como ves, estoy ocupado. - Se trata de que des una ojeada mientras das vueltas. - Si solo es eso... 

Media hora después se me ocurrió preguntar: - ¿No has visto nada? - Si, claro. - ¿Por qué no me lo has dicho? - Porque no me has preguntado. - Levanté la vista al techo mientras soltaba el consabido ¡Hombres! luego pregunté: - ¿Quién es? - No sé cómo se llaman... - ¡Las bolas de polvo! - No son redondos. - Entonces... - Uno siempre lleva dinero encima... aunque no son euros.- ¿Los comensales de la Santa Cena? - ¡Aleluya, nena! pensé que me retendrías todos el día porque eres muy dura de mollera, cariño.

Dicho esto, despareció sin darme tiempo a que me dijera dónde estaban. 

Una de las ramas del árbol miraba a través de la ventana y se me ocurrió una idea: - ¡Dile al árbol que cante algo que despierte a los comensales!

La treta surgió efecto porque, como no hay quien aguante al árbol en plan Pavarotti en cuanto éste abrió su gran boca, gritaron los antiguos pescadores: - ¡¡¡ Queremos volver al cuadrooooooo, porfaaaaaa!!!

Habían pasado la noche en el balcón llevados por el viento. Menos mal que la cristalera logró pillarlos antes de que salieran volando. Por eso estaba tranquila, dormía a pierna suelta y no se enteró de nada hasta que el árbol se puso a cantar, hasta el infinito y más allá sin cansarse, el brindis de la Traviatta. 

Pascualita se ha pasado el día tirándome buchitos de agua envenenada... ¡que jodía!         

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