lunes, 7 de noviembre de 2022

Ataúlfo se pone celoso.

He pasado junto a la tienda del señor Li justo cuando unos cuantos chinos, que supuse pertenecientes a la mafia china, salían corriendo del local en pos de la Cotilla que corría que se las pelaba para que no se le escapara el autobús.

Consiguió cogerlo y recibió un aplauso general de los usuarios y el chófer del transporte público por lo en forma que está a sus casi cien años.

El caso fue que la tienda del señor Li quedó vacía y como aquí, el que no corre, vuela, entré con la intención de fisgar un poco pero me encontré frente a un submarino nuclear de plástico cuyo precio era de un euro y pensé que, tal vez, le gustaría a Pascualita.

Como no había nadie en la caja para cobrar salí de allí con la conciencia tranquila y ahorrándome cinco euros... porque me llevé cinco.

A Pascualita le chifló el submarino en cuanto lo metí en la pila de lavar. Los comensales de la Santa Cena, curiosos, preguntaron qué era aquello tan raro. Después de darles la explicación y siendo ellos pescadores, quedaron entusiasmados al enterarse de que esa "barca" estrafalaria no tenía remos. Lo que provocó una discusión entre ellos que bien podría haber durado otros dos mil años.

Al único que no le gustó el submarino fue a Ataúlfo ¡Se puso celoso! y amenazó a la sirena con dejarla si ella seguía con su entusiasmo por el desconocido. La amenaza cayó en saco roto porque Pascualita hizo oídos sordos. 

El pececito rojo enrojeció más aún a causa del enfado creciente y del orgullo herido y liándose la manta a la cabeza, dio un gran salto y cayó ¡en la pila de lavar batiendo todos los recórds de los pececillos rojos! Enardecido por ello se enfrentó a Pascualita en plan chulesco e intentando quitarle el submarino tardó medio segundo en pasar a mejor vida dejando tan solo una escama posada sobre la arena del fondo para dar fe de su paso por éste mundo.

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