viernes, 4 de noviembre de 2022

Sardinas en aceite.

Me ha entrado un hambre atroz. Exagerada. Tanto que comprendi muy bien a los antropófagos que se merendaron a Pepe el jibarizado. - ¿Qué puedo comer? (me decía mientras hacía inventario mental de lo que guardo en la despensa)... Pues, ná y menos.

De pronto recordé que tenía una lata de sardinas y me apeteció. Los comensales de la Santa Cena comentaron que nunca habían probado una sardina enlatada. - ¿Es una indirecta? (pregunté. Dijeron que sí) Pues daros con un canto en los dientes porque no las vais a probar. Tengo mucha hambre y hace once años que no las pruebo. Así que si hay tres sardinas en la lata son para mi. - ¿Y si hubiese cuatro? - Idem de lo mismo, Blanca Flor. - El rubor apareció en la cara del comensal preguntón mientras murmuraba:- Nunca me habían dicho algo parecido... aaaayyyy (suspiró)

Como aquella lejana tarde de hace ya once años, me preparé un pan con aceite y tomate refregado. Abrí la lata con cautela. Tres rollizas sardinas decapitadas yacían tranquilamente en un baño de aceite de oliva y, afortunadamente, ninguna levantó los bracitos ni me enseñó su pequeña pero efectiva dentadura de tiburón.

Era tan atrayente el espectáculo que tenía en el plato que hasta me emocioné y solté alguna que otra lagrimita. Pasado ese momento, ataqué a la rebanada de pan payés y pensé para mi: - ¡Esto es manjar de dioses!

Los comensales se quedaron con un palmo de narices. - Pues no lo hemos probado (dijo uno) - Es que soy una mujer de palabra.

De repente un torbellino saltó a mi cabeza y en un santiamén me dejó el cráneo mondo y lirondo. - ¡AAAAAYYYYY! ¡¡¡Que no son sirenas ni sirenos, Pascualita. Solo son sardinas, jodía!!!

No hay comentarios:

Publicar un comentario