jueves, 17 de noviembre de 2022

Dando lecciones.

Pascualita ha descubierto que puede ser muy divertido ver como otra limpia el polvo. Y ha sido por casualidad.  Lo limpio cada semana y media, o dos, para que no se gasten los muebles y nunca se había fijado. Bueno, pues hoy sí. 

Estaba de parranda por casa en busca de submarinos atómicos de plástico cuando, vaya a saber usted por qué. se fijó en lo que yo estaba haciendo. Le pareció interesante y se impulsó con su potente y hermosa cola de sardina, subiéndose a la mesa camilla donde yo iba poniendo los libros de la librería para desempolvarlos y colocarlos de nuevo en su sitio.

- ¿Quiéres que te hable de una de las tareas del hogar más tediosa que existe? Pues vaya tema que has elegido. Empecemos por el principio Para limpiar el polvo se necesita, primero que haya polvo. Segundo: un trapo de color vivo porque se pierde constantemente y el color ayuda a encontrarlo. Tercero: un espray de quitapolvo de ese que lo flitas sobre la mesa, después te tiras en ella de barriga y patinas como en un gran slam de esquí.

Los objetos a limpiar se cogen uno a uno y... _ Miré a la sirena. Estaba atenta a algo... que no pude descubrir hasta que mi primer abuelito, vestido con un sudario imitando el canto del cucú, me lo dijo. La casa entera se llenó de cucús en todas sus modalidades sonoras. - Nena, la sirena se está comiendo todo cuanto pececito de plata pasa por su lado.

Me fijé en su barriga. Había engordado ostensiblemente y sus manitas palmeadas no daban abasto a cogerlos.

No dije nada y la Naturaleza siguió su curso. El pez grande se come al chico y esos pececitos de plata se están comiendo mis libros. Así que, a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga y a buen entendedor pocos palabras bastan.

 

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