viernes, 9 de diciembre de 2022

El Mundial.

El último día que jugó la Selección Española de fútbol por la tele el árbol de la calle me rogó que se lo dejara ver. Dije que ni hablar porque ¿dónde se ha visto a un árbol mirando la tele?; pero dio tanta tabarra golpeando con las ramas en los cristales que la Cristalera, harta, me pidió que le hiciera caso por una vez. - Tengamos la fiesta en paz, nena.

Consulté con mi neurona, que para algo tiene que servir y convenimos en darle el gusto, no fuera cosa que le diera por comerse los barrotes del balcón.

Saqué la tele al comedor y fuimos varios los que nos sentamos en el sofá, que también saqué de la salita: mi primer abuelito fue el único que se sentó aparte, Pepe el jibarizado, Pascualita (en mi escote), algunas bolas de polvo, Pompilio, la Cotilla y yo... ah, y el cuadro de la Santa Cena al que tuve todo el tiempo encima de mi falda; la cristalera y el árbol de la calle lo vieron desde su sitio. 

Antes de empezar el partido llamaron a la puerta. Era Bedulio. - Desde la acera de enfrente he visto que has puesto el televisor en el comedor ¡mirando hacia la calle! - Si. - Eso no es normal... - Vale pero ¿pasas o no. - ¿Hay alguien ... extraño cerca...? - ¡Claro! (y antes de que saliera corriendo lo empujé hacia el sofá).

Todo el mundo, menos el abuelito que flotaba en el aire, se quejaron de lo estrechos que estaban pero, como no les oyó nadie, salvo yo y no tenía ganas de discutir, pues aquí paz y después, gloria.

Cuando terminó el partido todos aplaudieron porque nunca habían visto fútbol y pensaron que ganaba el equipo al que le paraban más penaltis. A mi me dió la risa floja y solté unas lágrimas de palmo. Bedulio, admirado, lloró conmigo: - Me emociona... ¡hip!... ver como sientes los ... ¡hip! colores - ¡Como la Cotilla! (dije en un pronto, cosa que abrió el lagrimal de la vecina al recordar su gran negocio truncado).

Los comensales de la Santa Cena se revolucionaron: - ¡Queremos estar en la tele! ¡El cuadro es más ancho y las sillas más cómodas! (gritó el de las treinta monedas) y los demás le hicieron coro. - Ay, Señor, que cruz tengo con ésta tropa.

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