domingo, 4 de diciembre de 2022

Nada es imposible.

Pascualita sigue alicaída y encerrada en el barco hundido del que solo sale para comer el pienso para peces de todos los días.

Mi primer abuelito, preocupado por ella, me ha comentado: - Debería salir de casa. Cambiar de aires, aunque la mejor medicina sería encontrarse con otros como ella. - Eso es imposible, abuelito. - Hay quienes dicen que no hay nada imposible, nena... 

Desapareció dejándome pensativa... y claro, me dormi.

A la hora de comer llegó la Cotilla, que ha retomado su rutina de venir a comer a casa. Traía su enorme bolso lleno hasta los topes de velas, velitas y velones y me temí lo peor.- ¿No pensará poner un altar a los Amigos de lo Ajeno? - Sí a lo de montar un altar pero destinado al Fiscal que llora. - ¿Ya ha bebido chinchón de buena mañana? - Es rigurosamente cierto ¡llora! - Vale, la creo pero, a pesar de eso ¡no se enciende ni una vela en ésta casa! 

Y no encendió una sino un montón. Alguien vería el fuego desde su casa y llamó a los bomberos - ¡Corran o el barrio arderá como lo hizo Roma!

Con los nervios a flor de piel saqué del agua a Pascualita, la metí a empujones en el termo de los chinos y salí a caminar.En un cine de Palma echaban La Sirenita y en mi cabeza, la neurona dio un respingo: - Sirena... Sirenita... ¡Son la misma cosa! Como dijo el abuelito ¡no hay nada imposible!

La película estaba empezada. Mejor. Quité el tapón del termo y la sirena se asomó. Pensé que babearía al ver a su paisana, tan mona ella, pero fue al revés. Aplaudía a rabiar cuando aparecía la mala de la película y se enfadaba con la pánfila Ariel hasta el punto de lanzarse hacia la pantalla con la dentadura de tiburón abierta de par en par... Alguien, una cuantas filas de butacas más adelante, gritó como un poseso cuando Pascualita chocó con su moño de rastas y dejó, en un satiamén, aquella cabeza poblada, monda y lironda. 

Al final la cogí... pero esa es otra historia.

 

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