¿Hay algo más pesado que una vaca en brazos? Pues sí, un incrédulo que está todo el día: que no te creo, que no te creo... Pues así está mi bañador todo el santo día. He acabado por amenazarlo: - ¡Llamaré a un trapero para que se te lleve cuanto más lejos mejor! - ¡Eres una antigüalla! (tuvo el valor de decirme) ¡Ya no hay traperos, boba de Coria!
Esta mañana ya no podía más y, entre cortarlo a trocitos o llevarlo a la playa, he optado por lo segundo viendo el sol primaveral que hacía. Al salir a la calle hacia la parada del autobús, no fue el bañador el latoso sino la toalla de playa: - Casi un año encerrada en esta porquería de bolsa y me sacas sin orearme siquiera. ¡Me olerán! ¡Arrugarán la nariz quienes pasen a mi lado ¡que vergüenzaaaaa!
La única que iba contenta y expectante era Pascualita. Sus ojos redondos de pez hacían chiribitas de contento. El mar la llamaba, lo olía, le daba vida y traía recuerdos evocadores como el día que un tiranosaurio cayó al mar desde un precipicio atraído por los cantos de las sirenas y ellas se dieron un festín con su carne con sabor a pollo.
Extendí la toalla en la arena: - ¡Nooooooo, que hueloooooo! - Me quedé en bañador y éste se quejó - ¿Qué esperas para entrar en el agua? - Primero habrá que probarla (dije con más paciencia que el santo Job) - Camino del agua los pies se quejaron: - ¡No quiero ser el primero! (dijeron al unísono, derecho e izquierdo) - ¡Estaba helada! y los dedos se amontonaron unos sobre otros intentando alejarse del agua quien, por cierto, disfrutaba helando a la agente.
Metí a la sirena en una jaulita con una correa atada a mi muñeca y la tiré al mar. Cayó en la orilla porque no fui capaz de ir más allá. Los pies, helados, se habían declarado en huelga y no dieron ni un paso más adentro.
Al final pasamos un buen rato... a pesar del robo de mi bocadillo por parte de una gaviota espabilada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario