jueves, 23 de noviembre de 2023

Naturalmente.

  El Año está que trina. Lo llevan con la lengua afuera y, en cuanto se despista, ve montones de calendarios del Nuevo Año, que venden las rumanas a las puertas de los mercados, dejándose querer `por los ciudadanos. 

Tanto ajetreo tiene despistado al pobre Año, envejecido prematuramente. Y claro, se queja: - ¡Aaaaayyyy, que no llego al 31 de diciembreeeee!

El árbol de la calle nos cuenta sus batallitas de cuando era un raquítico árbolito que apenas daba sombra. - En aquellos tiempos el Año viejo se acababa cuando le daba la real gana. Nadie osaba decirle nada. Se respetaban las canas. En las casas nadie arrancaba la primera hoja del almanaque hasta que lo veían alejarse, renqueante pero orgulloso de sí mismo porque  de los desastres pasados en los meses que estuvo en vigor, él no era culpable.

De repente y sin venir a cuento, el árbol cantó a viva voz Tengo una vaca lechera. Nos dejó descolocados y más aún cuando de su bocaza de madera surgieron gruñidos... Se había dormido. 

- ¡Avemariapurísimaaaaaaaa! - Hola, Cotilla ¿ha ido a ver el encendido de las luces de Navidad? - Sí pero no... - ¿No ha podido pasar hasta la plaza de Cort? - Sí... - Entonces ¿ha llegado tarde? - No... - Ay que me temo lo peor... ¡ha echo su agosto con las carteras de los ciudadanos! ¡La madre que la parió! 

De un tirón seco le arranqué el bolso interminable de las manos. Lo abrí y grité: - ¡Lo sabía! ¡Es una ladrona! - ¡Esa boca, niña! - ¡Aquí están las bombillas de la Plaza del Ayuntamiento! ¡No ha habido encendido! - ¡Claro, boba de Coria! No podía "trabajar" con tanta luz.

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